Capítulo 18 :   Desaires legitimistas en el siglo XV

6 un rey-viudo, usurpador del trono de Navarra

La reina Blanca de Navarra Evreux había viajado a Valladolid en 1440 para asistir el 15 de septiembre a la boda de su hija la infanta Blanca, de 15 años de edad, con el Príncipe de Asturias, Enrique de Castilla, también cercano a los 15 años de edad. La Reina ya no regresaría a Navarra. Trató de acudir en peregrinación a Guadalupe y su salud se resintió, falleciendo el 1 de mayo de 1441 en Santa María de Nieva (Segovia). Había hecho testamento en Olite el 17 de febrero de 1439 disponiendo fuera enterrada en Santa María de Ujué - cerca del corazón de su abuelo - y reconociendo como heredero universal del Reyno y del ducado de Nemours a su hijo Carlos, Príncipe de Viana. Decía en su testamento:

“aunque dicho príncipe, nuestro muy caro y amado hijo,
puede después de nuestra muerte, por causa de herencia y derecho reconocido,
intitularse y nombrarse rey de Navarra,
no obstante,
por guardar el honor debido al señor rey su padre,
le rogamos con la mayor ternura que podamos,
tenga por bien no tomar esos títulos si no es
con el consentimiento y bendicion de dicho señor Rey su padre” 



Al morir la Reina, don Juan debió haber entregado el Reino a su hijo y legítimo heredero Carlos, pero se negó a hacerlo, nombrándolo su lugarteniente. Don Juan, asiéndose al usufructo de viudedad como institución del derecho civil navarro, continuó utilizando el título de rey. Pero incluso este asidero legalista falló cuando en 1447 contrajo matrimonio en segundas nupcias con Juana Enríquezhija del almirante de Castilla don Fadrique, nieto de otro del mismo nombre, hijo bastardo del rey Alfonso XI de Castilla. Y tampoco podría pasarse por alto que las Cortes celebradas en 1423 habían reconocido al Príncipe Carlos de Viana como heredero de la Corona para después de su madre Blanca I, todo ello en vida todavía de su abuelo, el rey Carlos III el Noble.

El Príncipe de Viana, que contaba 20 años de edad cuando murió su madre la Reina, venía rigiendo los destinos de Navarra y siguió al frente del gobierno como lugarteniente del Rey su padre, que le nombra en tal cargo el 12 de diciembre de 1441. El rey-viudo, Juan de Aragón, se ocupaba preferentemente de los asuntos de Aragón y de Castilla, mientras que el Príncipe llevaba el gobierno de Navarra. Para el gobierno, el Príncipe se valía principalmente del consejo y dirección de Juan de Beaumont, prior de la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén.

La nobleza y las instituciones consienten de hecho - a la par que el propio Príncipe de Viana - la situación de ilegitimidad dinástica que ha creado en Navarra el Rey viudo. El Príncipe probablemente confiaba que se trataba de una breve etapa en la que estaría tomando experiencia de gobierno para más tarde ser coronado rey. El 14 de diciembre de 1442 - al cabo ya de año y medio desde la muerte de la Reina sin que las cosas cambiaran - el Príncipe manifestó una primera protesta formal ante las Cortes contra la irregularidad en que se encontraban sus derechos dinásticos, acusando a algunos nobles navarros de haber inducido a su padre Juan a crear esta situación (10). No parece sin embargo que esta protesta hubiera creado excesiva tensión en las relaciones entre don Juan y el Príncipe.

Poco había cambiado para don Juan con la muerte de la Reina. Los asuntos de Castilla seguían siendo su ocupación principal y su constante preocupación.

A pesar del acercamiento que Álvaro de Luna había hecho a los “aragoneses” tras su segundo destierro, don Juan parece apostar más fuertemente en favor de la nobleza castellana que en favor de don Álvaro o del propio rey castellano en sus luchas por controlar el Consejo. Incluso en la toma de Medina en 1443, las tropas navarras, por orden de don Juan se apoderan de la persona del rey Juan II de Castilla. Un hecho que fue considerado de excesiva provocación y ante el que la nobleza castellana cerró filas con su rey haciendo frente a don Juan. No hay duda de que se está pasando otra vez de las intrigas a la guerra y ello, de nuevo, afectará negativamente a Navarra. Para estrechar sus lazos con la nobleza, don Juan acuerda en 1443 casar con Juana Enríquez, hija del almirante de Castilla don Fadrique. La boda se celebró cuatro años más tarde. También su hermano el infante Enrique, que había enviudado de la infanta Catalina, hermana del rey castellano, casó con Beatriz de Pimentel, hija del poderoso conde de Benavente.

Iniciada por Álvaro de Luna la guerra en 1444, el 19 de marzo de 1445 los “infantes de Aragón” sufren una derrota decisiva en OlmedoEl infante Enrique muere de las heridas recibidas en la batalla y su hermano don Juan llega a Navarra dispuesto a asumir las funciones reales para continuar desde allí la guerra con Castilla. El 7 de abril de 1444 el Príncipe de Viana había convocado Cortes para informar sobre los movimientos de guerra que se detectaban en la frontera castellana de Guipúzcoa, a donde envía tropas. En sus incursiones, los guipuzcoanos incendian los pueblos de Lesaca, Areso y Leiza “en tal manera (decía el Príncipe de Viana) que non les fincó cosa alguna en los dichos lugares”. Los habitantes se ausentaron del reino con sus mujeres, criaturas y familias, de modo que muchos lugares quedaron totalmente despoblados.

Tras la sonada victoria de Olmedo, otra vez Álvaro de Luna concentra todo el poder en Castilla decepcionando de nuevo a los nobles que volvían a perder su objetivo de mantener un poder oligárquico. Don Álvaro busca nuevos adeptos y reparte mercedes. El propio Condestable recibe el título de conde de Alburquerque (11). Íñigo López de Mendoza recibe el de marqués de Santillana, Juan de Guzmán el de duque de Medinasidonia y Juan Pacheco - el que ya es el hombre más influyente en el Príncipe de Asturias don Enrique - el de marqués de Villena (12). El Príncipe de Asturias no ve bien el poder de don Álvaro y por ello se convertirá en el principal valedor del partido “aragonés”.

Para contrarrestar el poder del partido “aragonés” que tiene el apoyo del Príncipe de Asturias, don Álvaro y el Rey buscan el apoyo de Portugal. Don Juan mantenía todavía en su poder en Castilla algunas pocas plazas de menor importancia, después de que prácticamente todos sus bienes le hubieran sido confiscados en los años 1430 y 1436. Ahora don Álvaro intenta arrebatárselas aunque sin éxito. Don Álvaro y el rey castellano se movían siempre entre las amenazas de una invasión navarro-aragonesa, continuas rebeldías del Príncipe de Asturias y la influencia negativa que ejercía sobre el Rey la nueva reina Isabel de Portugal.

La astucia de don Álvaro le hizo ver que la solución y la estabilidad política en Castilla pasaba por entenderse con Juan Pacheco, ahora marqués de Villena, el más influyente en el Príncipe de Asturias. El Condestable don Álvaro había sido - era todavía - el valido del rey Juan II de Castilla, pero debía suponer que no podría serlo también del Príncipe de Asturias cuando éste llegara a heredar la corona. Esta posición ya había sido ocupada por el marqués de Villena. Don Álvaro comprendió también que las continuas rebeldías del Príncipe seguidas de pactos y lealtades a su padre estaban dando como resultado un notable incremento del patrimonio y de las rentas, no solo del Príncipe sino también del propio Juan Pacheco y sus fieles seguidores. Y así propuso un pacto al marqués para repartirse el gobierno reconciliando al Príncipe con su padre el Rey. Un hecho que obviamente iría en detrimento del poder de la nobleza que decide enfrentarse abiertamente contra el nuevo poder, la “tiranía” de los validos. Don Álvaro, símbolo de la arbitrariedad, comienza ahora a ser considerado por la nobleza como un usurpador en Castilla.

Repitiendo una vez más hechos del pasado, la nobleza castellana acude a Navarra en busca de apoyo del rey viudo-consorte don Juan que puede entonces erigirse en árbitro de las querellas castellanas. Se siguen hostilidades en noviembre de 1448 en la frontera de Castilla con Navarra y con Aragón. En febrero de 1449 los “aragoneses” se estrellan contra las murallas de Cuenca. Incluso el Príncipe de Asturias se aleja otra vez de su padre el rey Juan II de Castilla y busca apoyo en su suegro don Juan. El Príncipe es el que se está convirtiendo ahora en árbitro de la política en Castilla. El 26 de julio de 1449 se forma la “gran Liga” en la que entran el propio Príncipe, los “aragoneses” y un señalado grupo de nobles considerados “independientes”.

El Príncipe de Viana había seguido gobernando el reino de Navarra desde el palacio de Olite, estando su padre siempre ausente y ocupado en sus asuntos de Castilla o de Aragón. Decía el Príncipe en 1448 que habia habido en dias pasados algunos movimientos, fechos por el rey de Castiella et sus súbditos, con ensayo y acuerdo deliberado de furtar, si pudieran el nuestro castiello de Tudela”. Pero estos hechos no se consideraban actos de guerra. Incluso en tiempo de paz se consideraba lícito en aquellos tiempos intentar tomar por “sorpresa, engaño o seducción” los pueblos y castillos fronterizos. A esto se llamaba furto.

En este año de 1448 muere Inés de Clèves y el rey viudo-consorte don Juan comienza enseguida a pensar en una nueva esposa para su hijo Carlos según su conveniencia con objeto de reforzar su alianza con la nobleza castellana. Es así como concibe la incorporación del conde de Haro al partido “aragonés” pensando en un matrimonio de su hijo Carlos con una hija del conde. Lo que no se llevó a efecto.

A partir del año 1449 el problema dinástico entre don Juan y su hijo el príncipe Carlos comienza a manifestarse de una manera más clara. Se debió ello a que don Juan había venido en ese año a residir a Navarra con su nueva esposa Juana Enríquez, quedando la lugartenencia del Príncipe vacía de contenido. Todo el poder de gobierno pasó entonces a las manos de don Juan y no hay duda de que una parte de la nobleza navarra - la que no gozó de influencia sobre el Príncipe en los años pasados - se acercará ahora a don Juan. Así, las Casas de los Navarra y los Peralta que más adelante se examinan. Don Juan efectúa numerosos nombramientos de cargos y cambia alcaides. Lógicamente los miembros de la Casa de Beaumont que siempre habían estado cerca del Príncipe, sentirán cómo su poder está ahora menguado por ejercerlo directamente don Juan en detrimento de la lugartenencia de su hijo y empujarán al Príncipe para que reivindique más decididamente sus derechos dinásticos al trono. Mosén Martín de Peralta será nombrado para la Cancillería, un oficio anteriormente desempeñado por Juan de Beaumont.