Capítulo 26 :   Navarra pierde su independencia política

1 los antecedentes de la Santa Liga

 
1.1 la Liga de Cambrai
1.2 la traición de Julio II a la Liga de Cambrai
1.3 Julio II busca aliados contra Francia
1.4 Francia contraataca con armas eclesiásticas
1.5 el concilio cismático de Pisa y el concilio pontificio de Letrán   

Durante su estancia en Nápoles - hasta el mes de agosto de 1507 en que retorna a Castilla para asumir de nuevo el gobierno, tras la muerte de su yerno Felipe el Hermoso - Fernando el Católico ha comprendido la importancia de estar cerca del pontífice Julio II. La determinación de éste, para hacer de los Estados Pontificios el centro de gravedad de Italia y de su persona el árbitro de Europa, es tan fuerte y la despliega con tanta energía, que Fernando astutamente sabrá aprovechar el ímpetu, el entusiasmo y el arrebato de Julio II para ponerlos en beneficio propio.

Don Fernando se pone incondicionalmente del lado del Papa cuando se promueve en 1511 la “Liga Santísima” a la que tanta importancia habría de dar más tarde el Católico para justificar la conquista del Reyno de Navarra en 1512.


1.1 la Liga de Cambrai

Antecedentes de esta Liga de Cambrai de diciembre de 1508:

En el afán del Papa por recuperar todos los territorios que habían pertenecido anteriormente a los Estados Pontificios, la Serenísima República de Venecia era el mayor escollo por el apoyo que otorgaba a los usurpadores de Bolonia y mantener las plazas pontificias de la Romagna. Maximiliano de Austria, por la cercanía fronteriza de los territorios del Sacro Imperio, también era víctima de las continuas aventuras usurpadoras de Venecia. En mayo de 1508, el ejército de Maximiliano perdía Gorizia, Trieste y Fiume. A punto estuvo de invadir Maximiliano la República Serenísima cuando decidió aceptar los consejos de Julio II y unirse a la estrategia que estaba diseñando el Pontífice. A cambio de su acomodo recibiría de manos del Pontífice la corona imperial. Formaliza entonces Maximiliano una tregua de tres años con Venecia, que no obstante mantiene en su poder las plazas conquistadas a Austria.

En los disturbios fomentados desde hacía ya dos años en Bolonia por el partido de los Bentivoglio, Venecia tenía una gran responsabilidad pues sostenía abiertamente a los rebeldes que habían organizado una conjura para envenenar al Papa. El cardenal Alodosi, nombrado el 19 de mayo de 1509 legado del Papa en Bolonia, lleva a cabo una represión despiadada huyendo a Venecia los líderes del Bentivoglio para desde allí preparar una revancha. Julio II exige a la República que los expulse, pero Venecia responde que los rebeldes han recibido asilo en varios monasterios de la Iglesia y que no puede expulsarlos sin contravenir el respeto al derecho de asilo de la Iglesia. El 22 de agosto Julio II ordena al patriarca de Venecia prohibir a los establecimientos religiosos otorgar asilo a los rebeldes. Pero la orden pontificia no es obedecida.

Las quejas de Julio II contra Venecia son también de orden interno eclesiástico. Al fallecer el notable cardenal Ascanio Sforza, el Senado veneciano había otorgado en el verano de 1505 el obispado de Cremona a un miembro de la familia Trevisano. Julio II había destinado este obispado a su sobrino el cardenal Galeotto Franciotti. Julio II también había reservado el obispado de Vicencio a su pariente Sisto Gara della Rovere cuando Venecia lo otorga a Giacomo Dandolo quien es llamado por el Papa a Roma y ni siquiera respondió, apoyando el Senado veneciano esta insumisión eclesiástica.

Julio II decide pedir ayuda a Francia aun debiendo aceptar duras condiciones. Francia sugiere la creación de una liga anti-veneciana en la que podía entrar el Pontífice. Los tratados de Cambrai se negocian principalmente entre Francia y Austria, teniendo representantes Castilla-Aragón e Inglaterra. Se firma un primer tratado el 10 de diciembre de 1508 - en el que todavía no participa la Santa Sede - destinado a hacerse público:

  • se establece la paz entre Maximiliano de Austria Luis XII de Francia
  • Maximiliano otorga el ducado de Milán a Luis XII
  • se comenzará a poner los medios para preparar la guerra contra los turcos
  • Venecia deberá restituir en primer lugar todas sus conquistas de modo que reine la paz en la Cristiandad

Un segundo acuerdo entre Luis XII y Maximiliano queda reservado - no se hace público - en el que se detallan las conquistas que se harán a Venecia si ésta no restituye las plazas. Este acuerdo secreto cita una a una las plazas que serán arrebatadas a Venecia y los beneficiarios de ellas (Francia, el duque de Saboya, el rey de Hungría, Aragón, Austria, etc.). Para ello se organizará una acción militar común entre los firmantes del tratado. El rey de Francia debía abrir las hostilidades el 1 de abril de 1509 mientras que el Pontífice lanzaría la excomunión contra Venecia, permitiendo a Maximiliano romper legítimamente la tregua vigente con Venecia y entrar en acciones bélicas.

Aunque la primera reacción de Venecia fue ignorar la amenaza - pues no podía dar crédito que tan dispar alianza pudiera ser efectiva - y el Senado veneciano continuó efectuando nombramientos eclesiásticos, el vigor y la determinación de Julio II - que pronto acabará entrando en la Liga tomando su liderato diplomático - comenzó a tener efecto. Las amenazas eran recíprocas. Julio II advierte a los venecianos que si no se avienen entrará en la Liga y “los convertirá en humildes pescadores“ como habían sido antaño los moradores de la República, antes de dedicarse al comercio. Los venecianos replican que si el “Santo Padre no es sensato y prudente, haremos de él un humilde curita de iglesia”. En un último intento de solución diplomática, Julio II propone al embajador veneciano Pisani el 19 de marzo de 1509 que entreguen en feudo Rimini y Faenza a un ciudadano veneciano. Pisani responde al Papa que “la República no está acostumbrada a tomar un súbdito suyo para hacerlo rey ”. Julio II firma el 23 de marzo la bula por la que la Iglesia entra en la Liga de Cambrai pero no la publica hasta que los franceses hubieran abierto las hostilidades.

El Senado veneciano cambia de actitud y aprueba el 4 de abril restituir Rimini y Faenza. La Liga no detiene sin embargo sus acciones bélicas. El Papa publica el 27 de abril la bula “Pastoralis officii” excomulgando a Venecia. Al constatar que la Liga no se detiene, los venecianos se rearman de valor y no la temen. Observan que Fernando el Católico ha entrado en la Liga sin ningún entusiasmo, incluso a “contre-coeur”; que el Emperador tiene sus arcas vacías; y que los mercenarios del Papa no son temibles. Los venecianos confían en la victoria tan pronto como se ofrezca algo a Francia en una negociación. Pero el cálculo es fallido. Los ejércitos francés - con el propio Luis XII espada en mano - y veneciano se enfrentan el 14 de mayo de 1509 en Agnadel (Cremona). La victoria es para los franceses que toman Cremona, Bergamo y Brescia y reciben las llaves de Verona, Vicencio y Padua que hacen llegar a Maximiliano pues le corresponde como botín según el tratado de Cambrai. Las tropas pontificias invaden la Romagna.

La aristocracia veneciana, de gran orgullo, no disponía sin embargo de formación militar y había puesto su suerte en los mercenarios que huyeron. El 5 de junio Leonardo Loredan, por Venecia, implora el perdón de Julio II y le envía una embajada extraordinaria que llega a Roma el 2 de julio. Los embajadores se encuentran excomulgados y por ello no pueden entrar en la ciudad del Pontífice hasta llegada la noche. Las condiciones del Pontífice son tales que los cardenales quedan asustados. Incluso se ve limitado el derecho exclusivo de navegación de Venecia en el mar Adriático - “el lago veneciano” - que había hecho tan opulenta a la Serenísima República. El Consejo de los Diez de Venecia, ante el inminente peligro de perder su monopolio comercial, estudia la posibilidad de pedir ayuda al sultán turco de Constantinopla, e incluso se llega a contactarlo a efecto de conocer su reacción ante una demanda oficial veneciana de ayuda.

Los ejércitos de mercenarios venecianos acaban recomponiéndose y afrontan con éxito la lucha. El 17 de julio de 1509 toman de nuevo Padua y en el otoño ahuyentan al ejército de Maximiliano que había llegado hasta los muros de la ciudad, viéndose obligado a tomar el camino de vuelta de los Alpes. En vista de los éxitos, Venecia paraliza las negociaciones con el Papa y de los seis embajadores enviados llama de vuelta a cinco de ellos. El Papa expulsa a los seis y dice que le envíen doce cuando quieran que les levante la excomunión.

Sería alejarnos demasiado de la historia de Navarra proseguir en detalle esta narración de la Liga de Cambrai que constituye un importante antecedente de la “Liga Santísima” , que va a afectar directamente a Navarra. Pero es importante comprender el contexto europeo de la época. Y es importante también ponerse en el lugar de Fernando el Católico - que durante la lucha contra Venecia está volviendo de Italia a Castilla para retomar su gobierno - que ha podido comprobar de cerca un nuevo estilo de hacer política de alianzas europeas bajo la dirección del papado. Algo que él mismo ensayará con éxito para hacerse con el trono de Navarra.

1.2 la traición de Julio II a la Liga de Cambrai

Los acontecimientos de la Liga de Cambrai se saldarán de una manera inesperada al ver Julio II que su lucha contra Venecia está dando como resultado una progresiva introducción en Italia de los monarcas extranjeros, que se muestran triunfadores y exigentes ante el papado. Busca entonces unilateralmente y ante el asombro y enfado de sus aliados la reconciliación con Venecia. El 15 de febrero de 1510 se acuerda la paz y el 24 de febrero Julio II, rodeado de doce cardenales, levanta la excomunión a Venecia imponiendo una penitencia simbólica a los embajadores de la República que reciben un azote en la espalda. Juran entonces ante los evangelios:

  • aceptación del derecho exclusivo de la Santa Sede a efectuar nombramientos eclesiásticos en Venecia
  • restitución de los bienes confiscados a las corporaciones religiosas
  • reconocimiento del derecho de navegación en el mar Adriático a los súbditos del Pontífice y a los ciudadanos de Ferrara
  • negación de apoyo a quienes estén en rebelión contra la Iglesia
  • su renuncia a convocar un Concilio

La tutela efectiva que Julio II obtiene sobre Venecia convierte a la República en aliada forzosa del papado, alianza que Julio II utilizará para sacudirse el yugo de la presencia francesa en Italia - especialmente en la región de Génova y Milán - que ahora considera constituye el mayor peligro para la Santa Sede. Algunos principados vasallos de la Santa Sede - por ejemplo el duque de Ferrara, su propio “gonfaloniere” y vasallo del Pontífice - ya no obedecían al Papa sino a Francia.

Su confidente y aliado en la estrategia antifrancesa será el obispo de Sion en el Cantón de Valais, el importante personaje suizo Mathias Schinner, gran enemigo de Francia a quien Julio II encarga negociar con la Confederacion Helvética cuyos cantones son la principal fuente de reclutamiento de mercenarios en Europa. Los recursos financieros habrían de ser preparados por el banquero Chigi. Los 12 cantones suizos se comprometen el 14 de marzo de 1510 por cinco años al servicio del papado, poniendo 6.000 hombres a disposición defensiva u ofensiva de la Santa Sede y comprometiéndose a no hacer alianzas con otras potencias sin el consentimiento del Pontífice. Julio II había tenido algunos soldados suizos a sus órdenes desde 1506, pero ahora deberá hablarse de una negociación para disponer de un verdadero ejército. Es lo que actualmente se conoce como la Guardia Suiza Pontifical.

1.3 Julio II busca aliados contra Francia

Maximiliano tiene dificultades económicas para seguir guerreando contra Venecia. Luis XII de Francia se encuentra sólo y duda entre seguir atacando a Venecia o resolver el verdadero problema que no es otro que el apoyo unilateral que Julio II otorga a Venecia con la consiguiente traición a la Liga de Cambrai.

Julio II dispone ahora de un ejército de disciplinados suizos y se lanza abiertamente a castigar a quienes le desobedecen. En primer lugar al duque de Ferrara. Los cardenales franceses no se sienten seguros en Roma. El cardenal François Guillaume de Clermont intenta salir de Roma disfrazado pero es reconocido, arrestado y encerrado en Sant’ Angelo.

Julio II busca nuevos aliados contra Francia, o al menos su connivencia. El Emperador no quiere comprometerse por el momento. Julio II sabe que Fernando el Católico, a pesar de sus recientes acuerdos con Luis XII en Génova a bordo de su galera, estará siempre abierto a mejorar las necesarias protecciones diplomáticas a Nápoles. Julio II sabe también que deberá protegerse en su frontera sur con Nápoles, mientras permanezca su ejército pontificio en el norte luchando contra Francia. Proclama entonces el Papa nuevas bulas que mejoran las que había otorgado Alejandro VI a Fernando el Católico, acordándole el 3 de julio de 1510 una investidura - ahora plena - sobre el reino de Nápoles, dispensándole del pago de ciertos tributos que Nápoles debía abonar a Roma. Todo ello a condición de que el Católico pusiera a disposición de la Santa Sede 300 soldados para defender sus Estados. Estas hábiles concesiones del papado van rompiendo la alianza de Fernando el Católico con Luis XII y aseguraban la neutralidad de Castilla-Aragón - todavía no su ayuda - en la lucha que se avecinaba entre el papado y Francia.

Julio II mueve también sus legados en Inglaterra para predisponer en su favor al joven rey Henry VIII que apenas contaba 18 años de edad cuando sucedió a su padre en 1509. Poco después de subir al trono casaría el 11 de junio de 1509 con Catalina de Aragón (485-1536) viuda de su hermano Arthur Tudor hija de Fernando el Católico. Inglaterra era entonces una potencia de segundo orden y esta alianza matrimonial con España se veía desde Inglaterra como un honor y una proposición práctica. Estando prohibidos los matrimonios entre cuñado y cuñada, Henry VIII precisó obtener dispensa de Roma para su boda con Catalina, lo que consiguió de Julio II aportando testigos para probar que el matrimonio de Catalina con su hermano el Príncipe de Gales no había sido consumado (1). Desde entonces, la relación de Henry VIII con Julio II había sido muy cordial. El Rey había dejado el gobierno en manos de su ministro Wolsey a quien más tarde León X elevaría al cardenalato, nombrándole legado pontificio en Inglaterra, lo que le permitió reunir en sus manos toda la autoridad civil y eclesiástica en ese país. Julio II confiaba inducir al rey inglés a desembarcar en las costas occidentales de Francia, lo que agradaría a los ingleses por volver a su antiguo feudo de Aquitania. Esta invasión sería programada en el tiempo de manera que coincidiera con el momento en que los soldados suizos entraran en el Milanesado para desalojar a los franceses, al mismo tiempo que se organizaría un levantamiento en Génova, también contra los franceses.

Julio II envió el 8 de abril de 1510 la rosa de oro al rey inglés como gesto de cordialidad pontificia (2).

Cuando más adelante veamos al almirante inglés Dorset desembarcar en Guipúzcoa con un ejército inglés, en junio de 1512, para unirse al duque de Alba y entrar juntos en Aquitania, habrá que recordar que ello era el resultado de la estrategia descrita, concebida por el pontífice Julio II y preparada en su ejecución conjuntamente con Fernando el Católico y Henry VIII de Inglaterra. Es entonces cuando el duque de Alba invita a Dorset a tomar Navarra antes de ir a Francia, lo que el inglés declinó y el duque ejecutó.

En la campaña contra las ciudades rebeldes al papado, Julio II se pone personalmente al frente de sus tropas y despliega una energía y un valor que asombra a los que le rodean. Maquiavelo, que entonces representa a la rebelde Florencia en la corte francesa de Blois, escribe el 21 de julio de 1510 lo que allí se dice del Pontífice “que se habla nada menos que de denunciar el juramento de obediencia y de convocar un concilio”. 

1.4 Francia contraataca con armas eclesiásticas

Luis XII decide atacar duramente a Julio II intentando provocar un nuevo cisma. El 30 de julio de 1510 convoca en asamblea a celebrar en Orleans - aunque finalmente se hará en Tours - a todos los obispos del reino para defender los privilegios y franquicias de la iglesia gala. Louis XII acude en persona a la asamblea. Los obispos determinan que el Papa no tiene derecho a hacer la guerra a un príncipe cristiano que no es su vasallo y que si la hace, el príncipe puede oponerle las armas e incluso luchar y atacar en los territorios pontificios. Puede además el príncipe revocar su juramento de obediencia al papa mientras dure la situación y considerar como nulas y no avenidas las bulas que el pontífice quisiera publicar contra él. Piden finalmente los obispos que el Papa convoque un concilio general y otorgan subsidios importantes al Rey para permitirle hacer la guerra en Italia.

Julio II monta en cólera y lo toma como una declaración de guerra. Amenaza al rey francés con excomunión y retiene a los cardenales franceses en Roma para que no puedan acudir a ningún concilio convocado fuera de su autoridad. El 9 de agosto publica la bula de excomunión de su vasallo rebelde, el duque de Ferrara y sale con su ejército hacia Ferrara. A mediados de agosto de 1510 todo el norte de Italia se ha encendido en guerra. El 17 de agosto sale de Roma acompañado de cuatro cardenales conocedores de asuntos militares y se embarca en Ostia hacia Civitavechia para inspeccionar las galeras venecianas y pontificias destinadas a la expedición de Génova.

Al cabo de nueve meses de luchas, el 27 de junio de 1511, el Papa vuelve enfermo a Roma sin haber dado al duque de Ferrara el castigo que se propuso ni haber conseguido expulsar a los franceses.

Los ejércitos del Papa habrán pasado por situaciones muy difíciles: los soldados de sus aliados de Venecia no muestran vigor en el combate, llegando tarde en las ayudas y no pocos cardenales han pasado al campo francés para ayudar a preparar el concilio cismático con el que quiere provocarle Luis XII de Francia. La rendición de Bolonia a los franceses - la segunda ciudad más importante de la Iglesia después de Roma - había dejado consternado al Papa que conseguiría no obstante reconquistarla. Julio II debió enfrentarse a graves ataques de fiebre en más de una ocasión y tuvo la experiencia de sufrir en marzo de 1511 un grave terremoto cuando inspeccionaba las salinas de Cervia, no muy lejos de Rávena. También vería cómo su propio sobrino el duque de Urbino asesinaba a su cardenal favorito, Alidosi. Tuvo que enfrentarse más de una vez con la revuelta de sus propios soldados que no recibían la paga. Se vio obligado el Papa a nombrar durante la campaña nuevos cardenales en número de nueve que hubieron de desembolsar por su nombramiento importantes contribuciones financieras para engrosar la tesorería de guerra del Pontífice que estaba agotada.

En estas campañas Julio II deja crecer su barba, lo que no se había visto desde hacía varios siglos en un Pontífice.

1.5 el concilio cismático de Pisa y el concilio pontificio de Letrán

Julio II comprendió que las armas no acabarían de decidir el conflicto con Francia y decide volver a Roma. Sería imposible vencer a Louis XII sin la ayuda de Maximiliano, pero éste prefería revitalizar la Liga de Cambrai y luchar contra Venecia más que contra Francia. En el impase, nueve cardenales convocan el concilio de Pisa y el propio Julio II no se entera hasta el 28 de mayo de 1511, cuando lee el anuncio en la puerta de la iglesia de San Francisco de Rimini convocando al Papa al concilio. La convocatoria estaba fechada el 16 de mayo y ese mismo día se unieron a la convocatoria Maximiliano y el rey francés. La apertura del concilio estaba prevista para el 1 de septiembre de 1511 que luego sería retrasada al 1º de noviembre.

La corriente oligárquico-cardenalicia en favor de una solución conciliar se había puesto de manifiesto con el Cisma de Occidente en el siglo XIV. A lo largo de la segunda mitad del siglo XV, siendo el pontificado el mecenas del Renacimiento, el colegio cardenalicio se había ido distanciando de la política absolutista y nepotista de los papas, existiendo corrientes anticentralistas que a finales del siglo XV y comienzos del XVI no se habían extinguido totalmente en la Iglesia. Se había ido desarrollando un ambiente “antipontificio” que más tarde sabrían aprovechar Lutero y Calvino fuera de la Iglesia. A la muerte del papa Alejandro Borgia en 1503, los cardenales intentaron recuperar su antigua participación perdida en el gobierno de la Iglesia. Y en la elección de Julio II en octubre de 1503, 38 cardenales firmaron una “capitulación electoral” en la que tras urgir la guerra contra los turcos y la reforma de las costumbres en la Iglesia, se obligaba al nuevo papa a convocar un concilio en el plazo de dos años.

A esta corriente “cardenalicia” se sumaba también el “conciliarismo” y el “regalismo francés”, y las tres corrientes se unieron para convocar el concilio de Pisa. Existía también una antigua tradición que hacía que el Concilio pudiera ser convocado por el Emperador, él solo. Y en este caso el Emperador se había unido al Concilio de Pisa por lo que debía considerarse legitimado.

El Pontífice dio su réplica con energía. Antes de abandonar Rimini el 3 de junio para volver a Roma, publica una memoria en la que refuta todos los puntos débiles de la convocatoria y pone de relieve que el documento hace figurar nombres de cardenales que ni siquiera han participado en la convocatoria, por lo que sus nombres se han utilizado con falsedad.

El Papa es sin embargo consciente de que no podría defenderse si Louis XII decidiera venir con sus ejércitos sobre Roma para deponerle. Contaba solamente con la autoridad moral y la majestad de la silla pontificia, de su función de pontífice supremo y vicario de Cristo en la tierra. Y en efecto, este carácter sagrado le habría de salvar pues Louis XII, respetuoso, ordenó replegar sus ejércitos a Milán haciendo proposiciones de paz. Se declaró dispuesto a abortar el concilio de Pisa siempre que el Papa perdonara a los cardenales rebeldes.

La astucia de Julio II intuye en ello una debilidad en el rey francés - tal era la energía de su carácter y la seguridad en sí mismo - y el 25 de julio de 1511 fija en las puertas de San Pedro de Roma la bula consistorial de convocatoria - con su firma y la de los 21 cardenales que asistieron al consistorio del 18 de julio - de un Concilio General a tenerse en Roma el 18 de abril del siguiente año 1512. El preámbulo de la bula era un panegírico de la Iglesia de Roma recordando a los cardenales que solamente el Papa tiene el poder de convocar concilios y declarando nula la convocatoria del concilio de Pisa de 16 de mayo con fuertes amenazas de censuras eclesiásticas para los que acudieran a él. Es la guerra de los concilios en que ambos convocados fueron vistos en la época como armas políticas de los contendientes, más que como asambleas eclesiásticas reformadoras. Típicamente de cuño renacentista, los medios eclesiales habían sido instrumentalizados por intereses políticos en una situación en que lo eclesial no estaba separado de lo temporal. La cristiandad vivía otra vez un ambiente precismático.

Se amenaza también al rey francés. Se le dice que la reina Anne de Bretaña no es su legítima esposa por haberlo sido de su predecesor Charles VIII, lo que podía propiciar un movimiento en favor de la separación de Bretaña de la corona de Francia, buscando para ello apoyo en Inglaterra. Y que el Papa podía también absolver del juramento de fidelidad a las poblaciones de Guyenne y Normandía para que éstas pudieran reconocer como rey a Henry VIII de Inglaterra. Ocupar así al rey de Francia en posibles conflictos en sus territorios occidentales significaría su debilidad en Italia, lo que también era buscado por Fernando el Católico.

Y como se analiza más adelante, la invasión de Navarra por el duque de Alba en julio de 1512 se hará precisamente en este contexto, o usando como excusa o aprovechando este contexto.

Todos los esfuerzos de Julio II son ahora de intimidación a Francia, asegurar alianzas y preparar una nueva coalición de fuerzas en donde el Papa contempla desde el principio ponerse bien cerca de Fernando el Católico con la ayuda del dux de Venecia y de los soldados de los cantones suizos. Esta alianza se llamará la Santa Liga. Serán el embajador de Fernando el Católico en Roma, Jerónimo de Vich, y el de Venecia, Jerónimo Donato, los encargados de preparar las condiciones en la negociación. Todo está arreglado a principios del mes de agosto de 1511 pero el Papa vuelve con sus altas fiebres y los médicos temen por su vida. El Papa agoniza, los cardenales piensan ya en el cónclave y los Medici están preparados para hacerse con el papado. Pero el Pontífice no muere y se repone rápidamente dejando al descubierto en Roma numerosas “intrigas de palacio” que se vieron durante su agonía.