Capítulo 18 :   Desaires legitimistas en el siglo XV

1 Navarra resignada sin un rumbo propio

A partir de la muerte de Carlos III el Noble en 1425, Navarra comienza un largo período en el que habrá perdido su rumbo, como si la Historia le hubiera estado hurtando poco a poco la razón de ser de su existencia como reino independiente que le había otorgado desde principios del siglo IX. Es un largo período que culmina en el año 1512 cuando Fernando el Católico, sin legitimidad dinástica, ocupa por las armas el trono del viejo reino.

En ese demasiado dilatado período de tiempo - casi un siglo - hubo numerosas afrentas a la legitimidad dinástica, lo que dividió a los navarros en facciones que apoyaban a uno u otro bando y se enfrentaban en continuas o intermitentes guerras. Y en este pelear en guerras civiles, el Reyno de Navarra iba perdiendo su razón histórica de ser.

Lo que ocurriera en Castilla, en Francia, en Aragón - o al final en Italia - determinaba lo que habría de pasar en Navarra. Carlos III había querido dar la espalda a los aconteceres de la guerra de los Cien Años en Francia para llevar una política más hispánica, más entrelazada con los aconteceres de los demás reinos peninsulares. Y ahora estos aconteceres arrastraban a sus sucesores en el reino y a Navarra hacia un torbellino de discordias.

En el siglo XV hubo una familia o rama de linaje extraordinaria, los Trastamara, que determinó la dirección política e institucional en que se movería España durante toda la centuria. Fueron un abuelo ( Fernando I de Antequera, rey de Aragón), dos hijos (los infantes de Aragón, Alfonso Juan, rey de Aragón, Sicilia y Nápoles el primero, rey de Navarra, Nápoles y Aragón el segundo) y un nieto (Fernando el Católico). Los bastardos Trastamara habían conseguido llegar al trono de Castilla en 1369, a Aragón en 1412 y a Navarra en 1425.

Con Fernando el Católico habrán llegado a un trono que ya es el de España. En su origen, esta familia es castellana y por eso desde que ocupan el trono de Navarra en 1425 su objetivo no es otro sino llegar al poder en Castilla, entonces dominada por otra rama Trastamara. Lo que conseguirán finalmente. Navarra, sin saberlo, con el sacrificio de sus luchas intestinas estaba ayudando a conseguir lo que en un principio fue un objetivo ajeno, el bienestar político y patrimonial de una rama Trastamara y que luego se transformaría en un acontecimiento relevante - quizá no calculado de antemano por sus protagonistas - la unión de todos los reinos hispánicos bajo los Reyes Católicos.

Navarra fue utilizada - desde la muerte de Carlos III - para conseguir un objetivo que no era el suyo, sino el del castellano-aragonés don Juan, en sus luchas en Castilla para proteger y recuperar sus antiguas posesiones territoriales. Más tarde, Navarra se vería forzada a aceptar en 1512 un cambio dinástico impuesto por la fuerza de las armas por Fernando el Católico, que trajo luego la concordia interna perdida desde hacía mucho tiempo, unos 60 años. Tampoco consiguió impedir Navarra, ni con guerras civiles, desaires legitimistas que postergaban el acceso al trono de príncipes con irrefutables derechos sucesorios. Sin saberlo, Navarra, con los atropellos que sufrió, estaba contribuyendo a “hacer” España, aunque ello significara el abandono para siempre de la independencia política del reino.

La lógica geopolítica había llevado a ello. En el siglo XV, Francia y España se convierten en poderosos estados modernos y unitarios territorialmente. Francia ha afirmado el poder real sobre la nobleza feudal y ha conseguido eliminar del mapa los extensos feudos que la corona inglesa poseía en su territorio, cesando así para siempre la interminable amenaza de los Plantagenêt a la corona de los Capetos. Los Reyes Católicos llevan a Castilla y Aragón juntos en la misma dirección, estructurando un Estado moderno y con ampliaciones territoriales insospechadas. Navarra ha quedado en medio de dos poderosos Estatos, ya unitarios, que se hacen la guerra en Italia para conseguir la supremacía en Europa. Y en esta disputa Navarra no sabe qué hacer y no consigue quedar en la neutralidad.

Al final del siglo XV, Catalina I de Navarra Foix-Grailly-Béarn y su esposo Juan de Albret - son vasallos del rey de Francia por sus posesiones territoriales en Foix y otros feudos gascón-pirenaicos.

  • Bigorre
  • Couserans
  • Nebouzan
  • Marsan
  • Tursan
  • Gabardan

no así el territorio "soberano" del Béarn ni la Navarra de Ultrapuertos, ni por supuesto el vizcondado de Castellbó en el pirineo catalán. Otros extensos feudos y señoríos patrimoniales de su esposo Jean de Albret (principalmente Périgord, Limoges, país de Albret) debían también reconocer vasallaje al rey de Francia.


Hubieran sido acusados de felonía y hubieran sido privados de esos territorios si en una guerra entre los Reyes Católicos y Francia si se hubieran posicionado los reyes de Navarra en favor de los primeros. Los reyes navarros de la dinastía Foix-Grailly-Béarn ven sin duda en la monarquía francesa un protector, pero querrán hacer ver al astuto - quizá tan astuto como su padre don Juan - rey Católico que están en la neutralidad que se les exige. El pueblo no es determinante en su opinión y la nobleza simplemente sigue pensando a final del siglo XV en “banderías” - los “beamonteses” y “agramonteses” - que ya han perdido importancia y no tienen relevancia, a comparar con el contexto europeo. Que los Foix-Albret se acabarán posicionando por Francia es obvio al rey Católico. Fernando y el pontífice Julio II se concertarán entonces para forzar un cambio dinástico que colocará claramente a Navarra en el bando peninsular, alejado de la enemiga francesa. O quizá fuera esto solamente una excusa para conseguir Fernando apoderarse del trono de Navarra.

Y en todo ello han surgido dos facciones, los agramonteses y los beamonteses que servirán de “arco y ballesta” a los príncipes contendientes en las discordias y desaires legitimistas que ocurren en Navarra en el siglo XV.

Será mejor dejar en anexos de lectura los detalles de las contiendas bélicas de una u otra “bandería”, resumiendo aquí los apoyos que otorgaron las banderías a uno u otro príncipe:

  • cuando, a la muerte en 1441 de la reina Blanca I hija de Carlos III el Noble, su consorte-viudo el infante de Aragón y rey de Navarra, don Juan, no permite que asuma el trono su hijo el legítimo heredero por sangre y por refrendo de las Cortes, Carlos Príncipe de Viana :
    • los “agramonteses” apoyan entonces a don Juan
    • los “beamonteses” apoyan en cambio al Príncipe de Viana
  • cuando, muerto el Príncipe de Viana el 23 de septiembre de 1461 y muerta también su hermana la infanta Blanca en extrañas circunstancias en diciembre de 1464, don Juan tampoco permite hasta su muerte en 1479 que reine su siguiente hija la infanta Leonor:

    • los “agramonteses” siguen apoyando a don Juan.
    • los “beamonteses” sostienen al principio la entrada de tropas de Gaston de Foix - esposo de Leonor de Navarra Trastamara - para hacerse con el Reyno, pero pronto empiezan a dudar sobre si este apoyo a la legitimidad de Leonor no será más bien un no deseado apoyo a la casa de Foix-Bearn y por ende a Francia. Y por ello comienzan a apoyar ciertas pretensiones, aún encubiertas y no bien definidas, de Fernando el Católico.
  • cuando, muertos Juan II y su hija la princesa heredera Leonor en 1479 y también su biznieto Francisco I Febo en 1484 (que había heredado la corona directamente de su abuela la reina Leonor), la hermana de éste Catalina de Foix asume la corona de Navarra, optando sin consentimiento de las Cortes de Navarra casar con Juan de Albret, relegando la candidatura “españolista” del infante Juan, hijo de los Reyes Católicos:
    • los “agramonteses” no apoyan entonces decididamente ni a Catalina de Foix ni menos aún a Fernando el Católico, pero se conforman con la legitimidad de los Foix y acaban con divisiones internas aunque su constante es oponerse a los “beamonteses”.
    • los “beamonteses” optan en cambio decididamente por apoyar entonces a Fernando el Católico en su intento de ir creando un “protectorado” sobre Navarra, paso previo a forzar por las armas un cambio dinástico en el trono.

Este es un pequeño resumen, seguramente simplificado, sobre las fidelidades que se midieron en tanta guerra de bandería como asoló la Navarra del siglo XV. Resumir todo lo sucedido en poco espacio es difícil tarea, a la que nos aplicamos sin embargo, confiados en poder separar lo principal de lo accesorio. Sin duda, los desaires a la legitimidad son causa próxima de los conflictos, de las luchas entre banderías, de las batallas entre Navarra y Castilla, de las muertes, las traiciones y las alianzas. Pero con todo ello se estaba tejiendo la urdimbre, la conspiración. Son los actos preparatorios, los medios para llegar al desenlace último, que es el final de la independencia política del Reyno de Navarra. Pero la razón profunda de este desenlace final está en la nueva posición que, en el damero de la política europea, había ahora asignado la Historia a Navarra.

La Historia del siglo XV había dejado a Navarra sin un rumbo propio, desorientada y sufriendo con guerras civiles. Navarra no tendría protagonismo en el concierto de los nuevos Estados modernos del Renacimiento. Al final, un príncipe astuto - con la presión de las armas - ofrecerá seguridad y estabilidad al Reyno en un escenario cansado de guerras y de permanentes desaires legitimistas. Este era Fernando el Católico, como muy bien habían intuido los beamonteses cuando decidieron apoyar sus pretensiones.

Así ocurrió cuando las tropas vasco-castellanas del duque de Alba entran en Pamplona en julio de 1512. Sería simplista hablar de “conquista”, pues se trató de un cambio dinástico forzado por las armas. Fue la “bajada de telón” de una pieza que ya estaba agotada y debía terminarse. Fue la “suerte suprema” después de una larga, demasiado larga faena de sufrimiento en la que Fernando el Católico fue solamente un actor. La independencia del trono de Navarra ya no podía mantenerse. La Historia le había arrebatado a Navarra su protagonismo, cerrado su rumbo y no le ofreció otro sino ser parte de algo más importante que las partes que lo componía, España.

Y una vez conseguido el cambio dinástico en favor de Fernando el Católico, solo quedará por reconocer lo bien que interpretó cada uno ese nuevo “guión” que la Historia había asignado a Navarra: contribuir a la formación de España sacrificando la independencia de un trono milenario. Y ello seguramente sin que ni el pueblo ni sus reyes se lo hubieran así planteado.