11. La lengua romance en Navarra
En Navarra se documenta en la Edad Media un dialecto románico autóctono, una lengua romance surgida de la evolución del latín, que se conoce con el nombre de "dialecto navarro o romance navarro".
En la Edad Media conviven en Navarra hablas vascuence y el romance. El vascuence había sobrevivido a una romanización incompleta y era la forma de expresión hablada - no escrita - posiblemente de una mayoría de la población rural. El latín, en su versión clásica, había muerto como lengua hablada con las invasiones germánicas, aunque pervivió como lengua escrita hasta el siglo IX. Pero cuando se abandona el latín, el vacío entonces creado no lo ocupa en Navarra el vascuence sino el romance navarro, que se convierte en lengua documental.
El romance en Navarra tuvo dos versiones: en primer lugar el "occitano" ultrapirenaico del mediodía francés (11.1), con raíces lejanas en la presencia carolingia en los Pirineos navarro-aragoneses y más tarde aportado por los inmigrantes que se instalan en Navarra. Y en segundo lugar el "autóctono" del que existe constancia desde el siglo X en las zonas más romanizadas del Reyno, Nájera y Suso, Sangüesa y Leyre. Este romance fue suplantando al latín como lengua de cultura y es precisamente en romance navarro en que está escrita la mayor parte de la documentación a partir del siglo XIII, como señala Pérez Salazar.
También habría que mencionar otras lenguas de carácter minoritario, como el "francés" (lengua de OIL), ligado sobre todo a la corte de determinados reyes o dinastías francesas establecidas en Navarra. Y las lenguas de los núcleos de mozárabes, árabes y judíos.
Al estudiar los diferentes dialectos peninsulares, ha sido tradicional en los investigadores y lingüístas la identificación del romance navarro con el aragonés, razón por la que se ha generalizado la denominación de "navarroaragonés", que sigue vigente hoy día y que supone una modalidad lingüística común extendida a lo largo del territorio de Aragón y Navarra. Por supuesto existen razones históricas para creer que tal identificación de lenguas romance ocurrió verdaderamente en Navarra y Aragón. Y en ello cabría distinguir dos períodos diferenciados. En los siglos X y XI, en la época de máxima irradiación cultural de San Millán de la Cogolla que hemos visto anteriormente, es más legítimo pensar en la existencia de un romance navarro (que deberíamos llamar "navarro-riojano" o “navarro-najerino”) que sin duda debió marcar una influencia en el condado de Aragón, bajo dominio entonces de los reyes de los pamploneses. Sin embargo, a partir del año 1076, tras el regicidio de Peñalén, la influencia de las lenguas romance debió ser la inversa: de Aragón hacia Navarra. Pero en cualquier caso, es un hecho que la historia de Aragón, Navarra y La Rioja se forjó en común en los siglos X y XI, por lo que resultará inútil tratar de hacer deslindes precisos en las respectivas variedades dialectales de esos territorios.
Si el vascuence se conoce y practica en la corte de Navarra por lo menos hasta el reinado de Sancho III Garcés el Mayor (990-1004-1035) y con alguna probabilidad incluso hasta el fratricidio de Peñalén en 1076, la dinastía aragonesa que entonces asume la corona navarra, (su titular es todavía llamado "rey de los pamploneses") (11.2), debió usar el romance.
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Es obligado conocer los orígenes de la historia de Aragón para comprender los lazos que unieron a Navarra y Aragón, cuya huella perdura, y que deberán explicar las influencias recíprocas que debieron experimentar las lenguas romance en ambos territorios.
Según expone Ubieto, aunque la escasez documental no permite precisar con exactitud la extensión del primitivo Aragón, debió ésta ser muy reducida, comprendiendo originalmente los valles de Ansó, Hecho, Canfranc, Aurín y Tena y estaría ya organizado como condado en torno al año 800 bajo la protección del emperador franco Carlomagno (11.3). Una creación por lo tanto medieval y cristiana, de economía rudimentaria y cultura romanizada, carecería entonces de unidad geográfica, lingüística o étnica y en donde el elemento vascón de implantación rural sería quizá preponderante. Una cultura cristiana y romance irradiaría en todo el Aragón primitivo desde el monasterio carolingio de Siresa, erigido en los primeros años del siglo IX. Allí encontró San Eulogio poco antes del año 850 importantes manuscritos latinos que se desconocían en Córdoba, como la Eneida de Virgilio, poemas de Horacio, o los tratados de San Agustín. Al tiempo del viaje de San Eulogio, Siresa y Leyre eran monasterios de la diócesis de Pamplona, lo que no significa que los reyes de Pamplona ejercieran todavía soberanía sobre el condado de Aragón.
Pero ocurrió más tarde.
Ya desde finales del siglo IX los condes de Aragón se hallan bajo la influencia de los soberanos pamploneses, una dependencia que se convierte en subordinación plena en el primer cuarto del siglo X. Sancho I Garcés (865-905-925), primer rey navarro de la dinastía Jimena, "conquistó por Cantabria desde la ciudad de Nájera hasta Tudela todos los castillos. La tierra de Degio poseyó con sus fortalezas. Sometió Arba y Pamplona a su jurisdicción. Y tomó todo el territorio de Aragón con sus fortificaciones". El conde de Aragón es sometido por la fuerza pero sigue conservando el condado con derecho a sucesión. Más tarde, una hija del conde Galindo II Aznar (conde de Aragón 893 – 928), Andregoto, casa con el rey de los pamploneses García I Sánchez (919-925-970), aportando la condesa-reina el condado entre sus bienes dotales.
Los acontecimientos de 1054 en Atapuerca culminaron la elevación del condado de Aragón a la categoría de reino. Y fueron precisamente los primeros reyes de Aragón, descendientes de la dinastía navarra, los que más tarde, adelantándose a las ambiciones de Castilla tras el fratricidio de Peñalén, asumieron y tutelaron la corona de Navarra durante 58 años (1076-1134).
Cuando el rey de Navarra Sancho IV Garcés, nieto de Sancho III Garcés el Mayor, es despeñado el año 1076 en Peñalén por sus hermanos los infantes Ramón y Ermesinda, surge la confusión, se dividen las lealtades legitimistas y se da la ocasión para que los reyes de Castilla y de Aragón, Alonso VI y Sancho I Ramírez respectivamente avancen sus tropas a las fronteras de Navarra para hacer valer sus pretensiones a la corona navarra. Cuando el rey de Castilla ocupa toda la parte que se extiende desde los montes de Oca a Puente la Reina y llega hasta Sangüesa, los navarros se entregan a la protección del rey de Aragón y arrojan al castellano al otro lado del Ebro, sin que Navarra pueda ya recuperar La Rioja y una parte importante de Vizcaya.
Desde entonces tres reyes aragoneses, Sancho I Ramírez (hijo del primer rey de Aragón, Ramiro, y nieto por consiguiente del rey navarro Sancho III el Mayor) y sus hijos Pedro I y Alfonso I el Batallador, serán también reyes de Navarra hasta el año 1134 con el fallecimiento del Batallador.
La iniciativa de la Reconquista está ahora en Aragón. Su ánimo reconquistador es admirable y sólo comparable al de Castilla. Numerosos nobles navarros acompañan a su rey en las luchas contra los musulmanes, pero Navarra, como Reyno, pasa a un segundo plano aunque se enriquece con todas las influencias de los logros de sus reyes en Aragón, entrecruzándose aún más sus culturas y sus lenguas. No sorprende entonces que los investigadores y lingüístas hablen de un romance navarro-aragonés. Las "taifas" de Zaragoza y Valencia se desmoronan y Aragón incorpora la comarca del Bajo Cinca. Las conquistas navarras en los siglos X y XI de la región de Nájera y de Calahorra no habían podido evitar que, río abajo, el control musulmán se ejerciera de pleno en tan riquísima zona agrícola. Ahora la totalidad del valle del Ebro se ve como una presa asequible.
La historia común de Aragón y Navarra, prácticamente durante casi todo el período transcurrido desde mediados del siglo IX hasta el fallecimiento de Alfonso I el Batallador en 1134, nos debe dar una idea de la influencia recíproca que necesariamente hubo de haber existido en las hablas romance de los dos territorios. Y así se constata que numerosos rasgos del romance navarro coinciden con el romance aragonés a lo largo de toda la Edad Media. Incluso hoy día la fonética en el valle del Ebro tiene una fortísima semejanza en Navarra y en Aragón, sin olvidar La Rioja de Alfaro a Nájera.
A la muerte sin descendencia de Alfonso I el Batallador (1134), los navarros restauran su dinastía autóctona en García V Ramírez el Restaurador (1110-1134-1150) y los aragoneses otorgan la corona a Ramiro el Monje, hermano del Batallador. Ambos reinos tomarán desde ahora rumbos separados hasta Fernando el Católico que los unirá de nuevo en España. Restablecida la independencia dinástica en Navarra en el 1134, el Reyno habrá quedado sin embargo amputado por la pérdida de La Rioja en el 1076, no consiguiendo definitivamente su reunificación con La Rioja también hasta la llegada de Fernando el Católico.
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La dinastía navarra restaurada perdurará cien años, del 1134 al 1234 en que se introduce en el trono navarro la Casa de Champaña a la muerte de Sancho VII el Fuerte (1154-1194-1234). Entre éste y su abuelo García Ramírez el Restaurador (1110-1134-1150), había reinado Sancho VI el Sabio (1132-1150-1194). La dinastía de Champaña desde su instauración en 1234, y luego en 1305 la de los Capetos de Francia y las de Evreux (1349), Foix y Béarn (1479), introducirán el lemosin (11.4) y el francés. La venida en masa a Navarra de numerosos francos en el siglo XII atraídos por los fueros-privilegios de las villas y por la riqueza del país, hubo de dejar una huella importante. Ya a finales del siglo XI o a principios del siguiente había barrios de población franca en numerosas localidades de Navarra (Pamplona, Puente la Reina, Estella, Los Arcos) y en Logroño. Y en la importante comunidad franca de Monreal se hablaba el "lemosin" considerado como base del provenzal literario, lo que les facilitaba el comercio con los peregrinos extranjeros.
Se encuentran en Navarra numerosos documentos redactados en su totalidad en provenzal, la lengua de la mayoría de los inmigrantes. Los archivos de Troyes, capital de Champaña, nos revelan que a principios del siglo XIII, Blanca de Navarra, condesa palatina de Champaña y Brie - hermana de Sancho VII el Fuerte (1154-1194-1234) y de la reina Berenguela de Inglaterra (1170-1199-1230) - madre a su vez del rey Teobaldo I (1201-1234-1253), fue la primera de Francia en emplear romance en vez de latín en su "Heráldica y Sigilografía". "passe avant le meillor" era su consigna ya en 1210.
Pero es el romance navarro la modalidad en que está escrita la mayor parte de la documentación medieval. En romance navarro se escribe el Fuero General de Navarra en la época de Teobaldo I y es esta modalidad la que los reyes navarros, al menos desde Carlos II de Navarra Evreux (1332-1349-1387), consideran lengua oficial de la corte y del reino. Cincuenta años más tarde Castilla declararía el romance castellano lengua oficial del reino.
La influencia de los reyes navarros originarios de dinastías francesas en los siglos XIII, XIV, XV y principios del XVI potenciaron de manera notable la influencia franca en el idioma que ya se había manifestado con anterioridad desde la época carolingia en Navarra y sobre todo en Aragón. Siempre estuvo presente en Navarra lo ultrapirenaico, lenguas de oc (occitano) y oïl (francés). Y no obstante esta influencia ultrapirenaica, el romance autóctono navarro y el romance castellano acabarán encontrándose, como se expone más adelante. A principios del siglo XIV, la reina Juana I de Navarra Champagne (1273-1274-1305), también reina de Francia, había creado el Colegio de Navarra en París por medio de un legado testamentario (11.5).
El último testamento de un Evreux nacido en Francia, Carlos III el Noble (1361-1387-1425), de 1412, permite un estudio lingüístico de un texto navarro. Está escrito en una época en que la lengua romance de Navarra está claramente desarrollada y expresamente considerada lengua oficial del Reyno. Y procede de la Cancillería Real, organismo de importancia decisiva para la fijación lingüística en todos los reinos medievales. La lengua del texto ofrece todavía mucha más relación con el romance aragonés que con los otros romances peninsulares. Pero también se observa una evidente aproximación al romance castellano en aspectos fonéticos y gramaticales concretos. Curiosamente, las posibles influencias o préstamos ultrapirenaicos no alcanzan relieve específico en el testamento y puede ser reflejo del intento de Carlos III, a la vista de las frustraciones de su padre Carlos II (1332-1349-1387), de españolizar su dinastía y orientar el rumbo de Navarra hacia postulados peninsulares.
Los investigadores constatan en términos generales que el romance navarro se va progresivamente alejando del romance aragonés a lo largo de toda la Edad Media para aproximarse paulatinamente al castellano, especialmente en el siglo XV. Y sobre esto se abre un interrogante de gran interés para saber si este acercamiento al romance castellano es debido a una influencia directa de Castilla o se trata más bien de una evolución interna y espontánea del propio romance navarro.
Pérez Salazar piensa que se trata con más probabilidad de lo último. Con la difusión de la lengua romance en Navarra entre los vascohablantes, se produce una evolución autóctona que derivó en los mismos resultados a que había llegado el castellano con anterioridad, también por influjo de las hablas vascuence, produciéndose de este modo la "integración natural de variedades romances". Sin embargo, aunque hubo celeridad en la evolución fonética del romance navarro hacia resultados castellanos, no fue así en la morfosintaxis que siguió una evolución de desarrollo espontáneo mientras se acercaba al castellano, con más evolución propia que influencia exterior.
No obstante la evolución autóctona del romance navarro hacia las mismas soluciones a las que llegaría también el castellano, parece prudente aceptar también como cierta la existencia en paralelo de una influencia del romance castellano en el navarro por razón del admirable esfuerzo que realizaron los reyes castellanos para dotar a su lengua romance de instrumentos de fijación y difusión que sin duda debieron tener influjo importante en otras lenguas romance vecinas, como la de Navarra. Se analiza más adelante estos esfuerzos y trabajos de los reyes castellanos.
Cuando en el siglo XVI la expansión lingüística castellano-aragonesa se ha cumplido en su totalidad, los textos navarros muestran entonces una equiparación al romance castellano en fonética y morfosintaxis. Pero es importante constatar que la unificación lingüística estuvo ya prácticamente consumada en la segunda mitad del siglo XV en lo que se refiere a la lengua escrita, anteriormente a la unificación política entre Navarra y Castilla a principios del siglo XVI.
Subsistirán siempre diferencias de pronunciación entre Navarra y Castilla, pero éstas serán ya de índole comarcal y local, como así mismo existirán diferencias importantes dentro de la misma Castilla y por supuesto en Navarra. También seguirán encontrándose particularidades lingüísticas en Navarra, algunas muy antiguas y ligadas al antiguo romance navarro; otras en cambio propias de todo el español vulgar que afectan a los distintos niveles del habla: pronunciación, gramática y vocabulario.
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Navarra había recorrido así prácticamente quince siglos desde los albores de la romanización en los que la lengua de este antiguo Reyno absorbió los influjos de todas las culturas que la visitaron, hasta el punto de poder germinar en su propio hogar un dialecto romance propio que nos descubren las glosas de San Millán de la Cogolla. Una lengua romance nacida de la corrupción del latín en un caldo de cultivo - un substrato siempre vivo de hablas vascónicas - que también por la influencia de éstas y por el propio devenir de la historia, la llevará a fundirse con el romance castellano y el romance aragonés en la lengua española que asombrará al mundo en el Siglo de Oro.
No corresponde lo anterior con la imagen que nos viene de las doctrinas nacionalistas vascas.
Así pretende el nacionalismo-separatismo vasco que sólo el elemento vascón otorgará carta de identidad a Navarra, debiendo ésta renunciar a su historia y a su interesante evolución lingüística que, en su última etapa, la llevó a refundir su lengua autóctona romance con otras, el aragonés y el castellano, éste nacido en tierras del Reyno de Navarra, San Millán de la Cogolla.
Se nos habla de una pugna entre el vascuence y el castellano, como si la reciente etapa de la postguerra tras el conflicto de 1936 hubiera empezado en los albores de la romanización. También, de una imposición brutal a los vascos de otras lenguas foráneas, y con ellas, de culturas perversas. Es el tan manido victimismo nacionalista nacido de la derrota de la última guerra carlista que, al parecer, ha dado excelentes resultados para aunar voluntades electorales en la actual sociedad nacionalista de las Vascongadas. Nada quieren ellos aceptar de los brotes autóctonos, de la existencia y evolución vital del romance navarro, de las benignas "influencias involuntarias" que entrecruzan diversas culturas en el crisol navarro. Fue precisamente el surgir del nacionalismo vasco a finales del siglo XIX, como apunta Madariaga, lo que animó la forma más extrema del sacerdote vasco por mantener a su pueblo aislado e impoluto de todo contacto con el liberalismo y el socialismo, procurando mantener cerrado el puerto que da acceso al mundo exterior: la lengua española.
Lengua española cuyo único "defecto", que no perdonarán los nacionalistas vascos, es haber servido magníficamente de vehículo cultural, hablado y escrito, que el vascuence no supo aportar tradicionalmente a sus hablantes. Y no por otra razón el vascuence prácticamente desapareció cuando, en el siglo XIX, el nuevo contexto urbano e industrial requirió a sus hombres - la mayoría de origen rural - el conocimiento que aportaban las culturas de lenguas escritas literarias, ofreciéndoles a cambio participar en nuevas actividades económicas que abrían el difícil camino de una progresión social deseada. Y tampoco por otra razón el fundador del Partido Nacionalista Vasco, Sabino Arana, predicó la oposición al desarrollo industrial de Vizcaya. No hay duda que intuyó perfectamente que el desarrollo económico, la creación de concentraciones urbanas y, en definitiva, el progreso social tal como se entiende en la sociedad moderna, relegarían definitivamente el uso del vascuence. Con ello se habría perdido su principal sello de identidad, y a eso quiso Arana oponerse con sus predicaciones e inventivas. Ya en los años de la década de 1960, agotadas las reservas de mineral de hierro de Vizcaya, la industrialización artificialmente promovida con elevadas tarifas arancelarias y restricciones cuantitativas a la importación - clave del éxito económico de las provincias vascongadas - produjo una llegada masiva de trabajadores de habla española que en no pocos municipios industriales constituyeron mayoría lingüística, acentuando de este modo el retroceso del vascuence.
Como se analiza en el último capítulo “Interferencia normativa en la lengua en Navarra. Un caso de involución lingüística con “furto o maña” el uso escrito del vascuence no ha constituido una tradición históricamente en la sociedad de Navarra. No obstante ello, el “nacionalismo lingüístico vasco”, en aras a respetar una pretendida tradición inexistente, trata de forzar políticamente y con el apoyo de la violencia de ETA el uso del batúa como medio de comunicación escrita y oral en la sociedad y en el uso oficial de la Administración. Es la política lingüística para la euskaldunización de Navarra.