2. Un juego en el damero constitucional
Al comenzar el siglo XXI parece como si estuviéramos presenciando el final de una etapa de unitarismo político que, paradójicamente, nos introdujo en España en el siglo XIX, desde la Constitución de Cádiz, un "liberalismo" centralizador.
El juego bisagra que hoy pueden practicar los partidos nacionalistas-independentistas en el Congreso de los Diputados y en algunos parlamentos regionales gracias a una inadecuada e injusta ley electoral en vigor, está dando algunos dividendos económicos y una enorme satisfacción reivindicativa a esos partidos. Pero, ¿quién puede negar que ese juego está poniendo en tela de juicio la propia estructuración constitucional de España?. Y el asunto no es baladí, pues en definitiva se trata de respetar o abandonar la indisolubilidad constitucional e histórica de la nación española. Y abandonar esta indisolubilidad es lo mismo que renunciar al ser y a la existencia de la misma España.
Los gobiernos Aznar, al no haber sabido frustrar esta partida del “damero constitucional” que nos han preparado los separatismos regionales y haber presidido un período de fuerte auge y radicalización de estos nacionalismos, serán juzgados negativamente por la historia. Ni qué decir que el poco acierto de los gobiernos Aznar con los nacionalismos regionales tiene su origen en los funestos e ingenuos acuerdos de colaboración política que Aznar suscribió con Arzallus y Jordi Pujol en la primavera de 1996 para alcanzar su investidura en el Congreso de los Diputados. Estos acuerdos dieron un protagonismo a los nacionalismos regionales que jamás habían tenido anteriormente en España. Y esto fue visto desde la periferia como una clara señal de debilidad de los gobiernos centrales, lo que propició que los nacionalismos se decidieran a abandonar su tradicional ambigüedad para lanzarse a plantear abiertamente esquemas de rupturismo y claro independentismo. De llegarse a este punto - qué duda cabe que ya hemos llegado bajo la presidencia de Zapatero - Aznar habría abonado torpemente el terreno del independentismo, al mismo tiempo que pretendía inutilmente luchar contra él.
Y en ese "damero" del juego, los nacionalismos ya van deslizando poco a poco las condiciones o credenciales que se van a exigir para participar en ese nuevo diseño constitucional al que nos han empujado con la sospechosa colaboración de Rodríguez Zapatero.
Se ha puesto sobre la mesa el primer requisito indispensable que otorgará carta de naturaleza para reconocer particularismos excluyentes y localismos de corta significación, como los llamados "hecho diferencial" e "identidad propia". Se dará por hecho que la región que no cuente con una “lengua propia”, autóctona, identificadora y conformadora de una nación, tomará un asiento de segunda categoría en la mesa de revisión constitucional. Y se nos dirá que con esa carta credencial lingüística, y solamente con ella, se podrá participar con pie seguro en la elaboración de ese nuevo diseño político que nos crea inseguridad constitucional.
Este asunto de la “lingüística” acompleja a mucha gente y permite que se introduzcan con éxito los “nacionalismos lingüísticos”. Quizá haya una cierta ignorancia en ello, lo que permite a los nacionalismos tomar ventaja ante la pasividad y silencio de sus oponentes políticos.
El índice de materias a tratar en la búsqueda de un marco revisionista es amplio: una España federal, o bien, empecemos a llamarle “plurinacional”, y ¿por qué no ensayar la autodeterminación haciendo referendable la historia?. Así, las comunidades o sociedades que no posean su “lengua propia” - pero ¿ hay un solo pueblo que no tenga su “lengua propia” ? (2.1) -, no podrán verse reconocido el concepto de "nación" y quedarán entonces relegadas al papel de meros peones zánganos que únicamente estarán ahí para dar testimonio de la supremacía autonómica de las regiones que se han otorgado a sí mismas el título de comunidad-nación.
Las comunidades que - sin sonrojo - han convenido en atribuirse el título de “históricas”, ¿qué título habrán reservado para los viejos reynos peninsulares como Asturias-León o Navarra?, o para otros reinos que, como Aragón y Castilla, se distinguieron notablemente en la Reconquista y en el magnífico empeño en fusionar y arrastrar tras ellos a todos los reinos peninsulares hacia una España que ya había tenido un sentido de unidad desde los tiempos de los visigodos, que había conocido la fuerte amalgama de una religión común frente al Islam, la fuerte amalgama de una raíz lingüística latina común y la fuerte amalgama de una situación geográfica-peninsular también común. Si de las cuatro amalgamas históricas que forjaron España - sentido histórico de unidad, religión, lengua y situación geográfica-peninsular – prescindimos ahora de la religión y de la lengua, no nos debe sorprender que resulte de ello una atrofia en la unidad de España.
Conviene adelantarse a los hechos, una vez que tenemos a la vista esas previsiones. Y ante este escenario que nos van presentando los nacionalismos excluyentes, Navarra tiene algo que decir o por lo menos plantearse en qué posición puede quedar en el diseño final que surja del “juego del damero constitucional” que ya ha empezado.
¿Se otorgará también Navarra a sí misma el título preferente de "comunidad-nación" alegando una entidad histórica propia y continuada que, como Aragón o Castilla, la tuvo como reino medieval independiente, capaz de regir durante muchos siglos su propio destino?. Cataluña, Galicia o las provincias Vascongadas tuvieron en la historia una marcada personalidad, pero no rigieron sus propios destinos (2.2), por lo que la historia les otorgó una carta rebajada o limitada de "identidad propia". A lo que hoy en día se aplican en conseguir con autoritarismo por decisiones vía decreto. Paradójicamente son éstas las comunidades que se complacen en llamarse “históricas”, un título comunitario de muy reciente homologación por la segunda república.
¿Se aliará Navarra morganáticamente con las emociones centrífugas de los nacionalismos regionales que precisan recrear la historia a su conveniencia?. ¿O preferirá Navarra asumir y sentir su filiación hispánica, respetando el rumbo trazado en su propia evolución histórica?. Un rumbo que la llevó, desde la cuna donde dio a luz un Reyno en el siglo IX, contribuyendo después en la tarea noblemente compartida por todos los pueblos hispanos de la Península, de construir una nueva nación, España, de mayor proyección y relevancia que las partes que la formaron. Escribiendo estas líneas, levanto la vista y veo hacia el sur en la orilla derecha del Ebro, desde la Ribera de Navarra, el viejo monte del Moncayo - yo suelo llamarle el “riñón” de España - donde Castilla, Aragón y Navarra entrelazaron no sin dificultad sus fronteras para anclar España.
Las convicciones profundas - o ¿quizá solamente las conveniencias electoralistas de ansia de poder del momento político? - harán que los partidos políticos en Navarra fijen sus posiciones constitucionalistas al respecto, en un momento de grave responsabilidad para construir el futuro, que es lo único que nos debe preocupar. Pero antes de que se adopten las respectivas posiciones, convendría que cada uno expresara sus propias convicciones ante esas bases de partida o credenciales que ya se nos están exigiendo para situarnos en un nivel u otro en la partida del damero.
Algunos navarros - no pocos - simpatizarán con opciones nacionalistas de cuño kultural-vasquista, desoyendo la historia, ignorándola o deformándola a conveniencia, seguramente condicionados por enseñanzas tergiversadas que recibieron en las ikastolas. ¿Serán estos navarros los que se dejarán atraer por un engañoso “nacionalismo lingüístico”, disfrazado de conservacionismo de las hablas dialectales vascuence, hoy prácticamente difuntas por la introducción vía decreto del “batúa”?. Otros navarros se podrán dejar tentar por encontrar ventajas electorales alrededor de conceptos que girarán en torno a un cierto “nacionalismo navarro”, buscando ventajas de cortas miras para Navarra aún en contra de la cohesión de España. Y temo que la mayoría de los navarros - una amplia mayoría encabezada seguramente por Pamplona - opuesta a las anteriores tesis, protagonizará un cierto pasotismo - una “tibieza ideológica” - quizá por un exceso de confianza al creer que las tesis nacionalistas no tienen en Navarra suficiente arraigo y que sobra la lucha contra el nacionalismo vasco por innecesaria. Pero quizá sea también un pasotismo revelador de una cierta ignorancia sobre los valores que conformó la historia en nuestra tierra. Y esto, sin lugar a dudas, beneficiará a las tesis nacionalistas. Decapitadas las Merindades, será este nutrido grupo de Pamplona el que decidirá la suerte de Navarra. Será de Pamplona, que nos ha roto tan deprisa el equilibrio demográfico de Navarra, de donde vayan a venir en el futuro muchos de los problemas de Navarra. Finalmente, ¿cuántos navarros escogerán apoyar candidaturas electorales de signo nacionalista, no por convicción ideológica o tradición familiar, sino únicamente por despecho y ansia de ver a los partidos regionalistas UPN-CDN desalojados del poder?.
La responsabilidad, entonces, de unos pocos, será enorme. Lo es ya. Líderes políticos influyentes en Navarra como Jesús Aizpún - ya fallecido al revisar estas líneas en 2007 -, J.I. Del Burgo, J.C. Alli o V.M. Arbeloa, buenos conocedores de nuestra historia, del foralismo antiguo, del constitucionalismo moderno y de los entresijos de la política actual nacional y local, deberán crear opinión en la sociedad navarra para que la democracia no se vea falseada por graves carencias de criterio histórico en Navarra. Otros, como Miguel Sanz, que propició torpemente el avance del nacionalismo vasco en Navarra, deberán también contribuir en la tarea. Deberán todos ellos despertar al pueblo para infundirle criterio. Aunque en una democracia, el gobierno ya no es atribuido a unos pocos, a los que destacan en la sociedad - a los “aristos” como en la antigua Grecia -, ¿quién puede dudar que son no obstante unos pocos los que pueden formar opinión en la sociedad actual?. Pero la tarea no será fácil, pues desde la transición los políticos navarros no han hecho prácticamente nada para despertar en el pueblo un deseo de conocer su propia historia, su pasado. De modo que el pueblo navarro estará queriendo vivir su futuro - su bienestar económico - sin una perspectiva histórica, sin un conocimiento de su pasado que le dé seguridad en sí mismo, lo que convertirá a la sociedad navarra en altamente vulnerable, si no manipulable, por las tesis separatistas que sí conocen bien el valor de la historia, o quizá de la historia aunque tergiversada.
Si hay poca duda que en las Vascongadas unos pocos líderes políticos nacionalistas-separatistas - muy pocos - han sido capaces, en muy corto período de tiempo desde la transición política, de confundir a su pueblo desviando un regionalismo sano hacia un nacionalismo excluyente e independentista, ¿no es legítimo pensar que en Navarra corresponderá también a unos pocos líderes políticos crear un estado de opinión que influya decisivamente en la población?, para que ésta opte por asumir posturas políticas que entronquen con su pasado foral y español. ¿Y los medios navarros de comunicación?. Es probable que queden solamente en un “va y ven”, en la superficie de la pequeña noticia electoral o queden paralizados y silenciados - así Diario de Navarra que peligrosamente se encuentra en un proceso de abandono de sus tradiciones. - en el difícil equilibrio del andamiaje de intereses económico-accionariales.
Para ir entrando en materia, una constatación básica. El nacionalismo vasco ha creado mitos victimistas que solamente se pueden desenmascarar y poner en evidencia con un buen conocimiento de la historia. Y no solamente en su reciente etapa desde la derrota carlista de 1876, sino, al menos, desde los albores de la romanización. Sólo así podremos destruir ese extraño prestigio que van alcanzando hoy día la ignorancia y la mediocridad que, aliadas a veces con cobardías y tibiezas culturales y electorales de nuestros gobiernos locales, permiten al nacionalismo vasco instalar cómodamente sus doctrinas en el pueblo. Algunos piensan que sólo se puede derrotar a ETA por la vía policial, lo que es una ingenuidad ya que ETA cuenta con una “cantera” inagotable de jóvenes conversos a la violencia por los credos independentistas aprendidos en las ikastolas. Otros, quizá todavía más ingenuos, piensan que sólo se puede derrotarla por la “condena ciudadana” o por una negociación política - disfrazada de “entrega” de las armas - en la que solamente pueden salir triunfadoras las tesis apoyadas por la violencia. Solamente desprestigiando las tesis nacionalistas-independentistas vascas - la tercera vía -, atacándolas abiertamente en sus decepcionantes postulados básicos y “sabinianos”, erosionando sus logros conseguidos en las ikastolas y con la introducción del vascuence “batúa”, con la misma paciencia que Ajuria Enea tuvo desde la transición sin oposición de Madrid. Solamente así, con la mira puesta en el largo plazo, se podrá hacer frente a ETA y al nacionalismo excluyente apoyado en las pistolas y la intimidación. Cualquier intento policial-condenatorio-negociador no podrá erradicar la violencia terrorista que, abierta o encubiertamente, cuenta con un importante respaldo de la sociedad vasca y desde luego con el concurso de un amplio sector de los políticos nacionalistas llamados “demócratas”.
Conforme ordenaba mis notas y componía el índice de materias pensé que lo más útil sería preparar un texto para que mis hijos, todavía adolescentes, lo leyeran un día bajo la sombra de un fresno o de un álamo blanco en la ribera de Milagro, porque lejos de la urbe sentirían mejor sus raíces y la historia de su tierra. No fuera que en su educación universitaria atraparan alguna nefasta influencia de los nacionalismos vascos
Lo asumí como una obligación, ya que el conocimiento histórico es un factor esencial en la educación para sentirnos seguros y desarrollar nuestra personalidad. Cicerón decía que el que no conoce la historia o no sabe lo sucedido antes de que él naciese, será toda su vida un niño. Y Kierkegaard decía también que “para conocerte, debes mirar al pasado; para vivir, mira al futuro”. Y confieso que al empezar a escribir estas notas pude haber caído en la tentación de usar indebidamente la historia para combatir tesis independentistas vascas. Pero conforme avanzaba, me complacía cada vez más en alejarme de banderías y localismos para disfrutar de la lectura y la síntesis. Quise huir de las guerras de trinchera en que se encuentran los enfrentamientos dialécticos entre nacionalistas vascos y navarristas a ultranza. Enfrentamientos a menudo de muy bajo nivel entre políticos que desconocen la historia de Navarra y que no han mostrado consistencia de ideas en su carrera política. No puedo olvidar que algunos señalados políticos navarros han abrazado tesis antinacionalistas - a veces tardíamente - solamente para conseguir ventajas electorales o lograr el aplauso interno en su partido.
Me pareció mejor huir de las continuas réplicas y contrarréplicas de la controversia, dejar las troneras y subir encima del muro para poder mirar hacia atrás en la historia y hacia adelante en el futuro que nos espera, porque viendo a la vez los horizontes de donde venimos y a donde vamos, sin deformaciones de conveniencia o de coyuntura del momento, encontraría respuestas más contundentes y definitivas a las tesis separatistas vascas. Cuanto más leía sobre la historia de Navarra más me interesaba conocer la de Aragón y el Principado de Cataluña, La Rioja, Francia o Castilla y Asturias y León. La historia de las provincias Vascongadas la encontré de menor relevancia, seguramente porque los vascongados, al buscar históricamente el amparo de Castilla para protegerse de las pretensiones anexionistas de Francia, nunca rigieron su propio destino. Y cuando aparecen a finales del siglo XIX los muy poco épicos "victimismos" nacionalistas, la nueva historia vasca, ese soez intento de recrearla que tanto decepcionó a Caro Baroja, me aburrió.
Hasta que todo empezó a encajar cuando me apliqué a leer sobre el origen de las lenguas romance, sobre San Millán de Suso en la Cogolla - que visité en numerosas ocasiones en 1996 y 1997 -, sobre los textos del romance navarro-najerino del siglo X y sobre la fusión de todos los romances hispanos en lo que ya será una nueva lengua - la española - que asombrará al mundo en el Siglo de Oro. Ahora ya me pueden hablar de los nacionalismos-separatismos, del intento de euskaldunizar Navarra, de Euzkadi o de Euskal Herria, de la humillación carlista en 1876 o de Sabino Arana. Todo me hará comprender que Navarra fue y sigue siendo un crisol de culturas, un cruce de pueblos, donde ya es difícil que puedan germinar idearios excluyentes, a no ser que tergiversemos la historia.
Puesto que los victimismos e interpretaciones históricas avanzadas por el independentismo vasco no han encontrado respeto en los medios universitarios y de historiadores de prestigio, me pareció que lo más útil sería hablar de historia, para que ella hablara de política. Y así, al recorrer la historia de Navarra, ¿quién podrá dudar que ésta trazó un rumbo para Navarra que poco tendría que ver con el que siguieron las Vascongadas?. Excepto en una cosa. Que llevando dos rumbos diferentes, ambos, Navarra y las Vascongadas, contribuyeron eficacísimamente a la creación de una nueva nación, España. La misma Hispania, la que ya con su “vehementia cordis”, su pasión hispana, Roma refundió en su cultura, la misma que sintió unidad y un cierto sentido de cohesión e independencia con los visigodos en el siglo VII, la misma que se reconquistó de los musulmanes, la misma que se forjó unánimemente en la fe cristiana, la misma que unió una lengua y una geografía peninsular y un caminar juntos en la historia.
Y me pareció que sería lo más conveniente empezar este texto precisamente con "La lengua en el crisol navarro", mientras escribía al mismo tiempo una “Historia Medieval del Reyno de Navarra” que publicó en 2005 para lectura informatizada la Fundación Lebrel Blanco.