10. Auge de la influencia de Navarra en España 
      Sancho el Mayor

Con el siglo XI se abre un nuevo período de la Reconquista. Tras la muerte del temido caudillo Almanzor en el año 1002, los musulmanes dejan de ser enemigos temibles hasta la venida de los almorávides y se desploma el Estado andalusí.

Tras la serie de graves conflictos - la "fitna" - que desgarran y acaban violentamente con el Califato de Córdoba, surgen numerosos núcleos de poder autónomo - taifas - en numerosas ciudades musulmanas que, a menudo, los cristianos aprenden con habilidad a convertir en aliadas. Las incursiones islámicas de castigo y devastación en territorios cristianos son ahora esporádicas, liberándose así los territorios cristianos de las gravosas exigencias tributarias islámicas. Ahora las luchas contra el Islam no son de mera supervivencia y las iniciativas cristianas de Reconquista se ven coronadas de éxito. Reanudada la repoblación de territorios, los condes y reyes muestran ahora una gran actividad otorgando exenciones y privilegios a las villas para atraer moradores y consolidar, con el fortalecimiento del poder del príncipe frente a la nobleza, relaciones de vasallaje. Esos fueros son el principio de las libertades municipales. La dinastía leonesa decae, mientras que crece en importancia e influjo la monarquía navarra.

Sancho el Mayor(10.1) fue seguramente el monarca más importante de la Alta Edad Media peninsular y sin duda el primero que sintió la unidad de la España cristiana (10.2). Rey navarro-najerino, consiguió que toda la España cristiana quedara prácticamente unificada bajo su cetro o su influencia y protectorado. A finales del siglo X el caudillo moro Almanzor había sacado buen provecho de la debilidad que originaba la división y enemistad de leoneses, gallegos y castellanos. Más tarde, en el decenio 1020-1030, la enemistad entre los reyes de León y los condes rebeldes de Castilla, siempre en continuo conflicto disputándose las comarcas de los ríos Cea y Pisuerga, permitió a Sancho el Mayor ejercer su influencia en todos los territorios cristianos "de Zamora a Barcelona".

Al acabar el siglo X la iglesia española gozaba de relativa autonomía y mantenía tradiciones que le otorgaban caracteres propios, entre los cuales sobresalía la conservación de la liturgia visigótico-mozárabe. Sancho el Mayor introduce la reforma cluniacense (10.3) en San Juan de la Peña y otros cenobios y pronto cunde en los principales monasterios de España. Los cluniacenses defendían la universalidad romana por encima de los particularismos nacionales y traían usos que eran desconocidos en nuestras prácticas religiosas. Así penetra el culto a las imágenes, contrario a las primitivas costumbres de la Iglesia española.

España sale así de su aislamiento, aunque con perjuicio de sus tradiciones. El rito visigodo es sustituido por el romano, desaparece la escritura visigoda y en su lugar se emplea la carolingia. El arte mozárabe sigue ahora la arquitectura románica y en el lenguaje entran numerosos términos provenzales y franceses. La introducción de galicismos no había ya de cesar en toda la Edad Media.

Es precisamente el gran rey Sancho el Mayor quien abre orientaciones transformadoras de las relaciones exteriores hispánicas. Desvía el camino de Santiago que desde Roncesvalles seguía rutas abruptas y montañosas, dirigiéndolo hacia el valle del Ebro para seguir por tierras llanas y ricas. A partir de entonces es un río de penetración europea, estableciéndose colonos que pronto forman en nuestras ciudades barrios enteros - burgos - de "francos".

El reinado de Sancho el Mayor hubo de haber influido de manera notable en el desarrollo y evolución de los dialectos romance en los distintos reinos cristianos. Por un lado son los monasterios riojanos, impulsados por los reyes navarros, los que irradiarán la cultura y las nuevas formas romance en ellos atesorada en los territorios cercanos de la Vieja Castilla y la Bureba y Navarra-Rioja que entonces es un mismo reino con centro de gravedad en Nájera (10.4). Por otro lado, y por razón de la soberanía, relación de protectorado o influjo político y dinástico que Sancho el Mayor mantiene en el reino de León y en particular en el condado de Castilla, condado de Aragón y Sobrarbe/Ribagorza, la reforma cluniacense y el uso cada vez más generalizado de las lenguas romance se extiende a través de numerosos otros monasterios a todos los territorios bajo la influencia de Sancho el Mayor.

Cuando en el siglo XV, las lenguas romance de Castilla, Navarra y Aragón se funden en lo que desde entonces deberá llamarse la lengua española, no es debido al azar que las lenguas romance de Galicia y Cataluña prosigan su andadura histórica al margen de la unión lingüística que presidieron los Trastámara en las tres regiones citadas de Castilla, Navarra y Aragón coincidiendo con el final de la Edad Media. Fue precisamente en Galicia y en menor medida en Cataluña donde el influjo de Sancho el Mayor fue menos pronunciado en el territorio septentrional cristiano.

Con anterioridad a la muerte de Sancho el Mayor en 1035, sus varios hijos gozan ya de diversas posesiones territoriales, no así de la autoridad y soberanía regia, "potestas regia", que por su propia naturaleza es indivisible y emana únicamente de Sancho el Mayor. A su muerte, la "potestas regia" es asumida - siempre indivisible - por su primogénito legítimo García III Sánchez, el de Nájera (1020-1035-1054), que consecuentemente es rey de Navarra y de León - en éste por derecho de conquista de su padre - y a quien también corresponde ejercer soberanía sobre los condados de Castilla y de Aragón. Sin embargo, los hijos de Sancho el Mayor, Ramiro y Fernando, que a la muerte de su padre el Rey (10.5) tenían asignada, seguramente por influencia de la reina Munia, la posesión territorial del entonces pequeño condado de Aragón y del condado de Castilla respectivamente, se titulan algunos años después de la muerte de su padre Sancho el Mayor, reyes de esos territorios. El rey de Navarra García el de Nájera tiene comportamientos que resultan difíciles de interpretar. Mantiene luchas armadas con sus hermanos y puede pensarse que en ellas García busca obtener reconocimiento de su “potestas regia” indivisible sobre todos los territorios de su padre Sancho el Mayor. Y de algún modo lo obtiene pues sus hermanos no harán uso del título de rey de Aragón o rey de Castilla hasta después de su muerte en Atapuerca en el 1054 (10.6). Sin embargo, don García no ejerció de facto soberanía y gobierno sobre los condados de Aragón y de Castilla.

Las dinastías de Aragón y de Castilla tienen así un origen común con la navarra en Sancho el Mayor y volverán a confluir en la segunda mitad del siglo XV y principios del XVI bajo otra figura, un Trastamara - Fernando el Católico - de ascendencia castellana que fue hijo de un rey de Aragón y antes de Navarra, también empeñado, como su antecesor del siglo XI, en hacer definitivamente España. Y en este origen común, los monasterios de la Rioja, pero también los de Cataluña y Aragón como Ripio, San Juan de la Peña y Siresa, de Navarra como Leyre, y otros numerosos de Castilla y León, seguirán un destino común irradiando la nueva cultura europea de Cluny y luego del Císter y mantendrán una influencia mutua intensa en la vida monástica y el desarrollo de las respectivas lenguas romance de Cataluña, Aragón, Castilla, Navarra, Asturias-León y Galicia.

Desde la batalla de Atapuerca (1054) será ya irreversible el rumbo separado que tomarán durante más de cuatro siglos los reinos de Castilla, Navarra y Aragón, aunque los reinos de Aragón y Navarra vivirán todavía juntos un período de 58 años (1076-1134) bajo los soberanos de Aragón. El auge e influencia de Navarra en la formación de España será ahora menor. Corresponderá entonces a los reinos de Aragón y de Castilla la iniciativa en la Reconquista y no cesarán los intentos de ambos reinos para, ante cualquier situación de debilidad, minoría del príncipe-propietario o dificultad dinástica, hacerse con la corona de Navarra. Qué duda cabe que las alianzas matrimoniales que Navarra sellará en Francia en los siglos XIII, XIV y XV le sirven de defensa para mantener alejadas las repetidas pretensiones anexionistas de Aragón y de Castilla. 

Sabedores del origen común navarro y siempre al acecho de encontrar la oportunidad de volver a ceñir un cetro unitario, los tres reinos serán la espina dorsal de la España reunificada y los tres estarán animados y unidos por la religión, por la Reconquista y por la lengua. Aunque las lenguas romance carecen todavía de fijeza y evolucionan separadamente en los tres reinos, será más lo que las une que lo que las separa y será, al término de esa evolución en el siglo XV, cuando se llegue a la unificación lingüística, anterior a la unificación política.

La mayoría de los lingüístas consideran el castellano, aragonés y navarro como dialectos del latín vulgar o lenguas romance diferenciadas en cada reino. Pero si bien es cierto que existieron diferencias en fonética y morfo sintaxis en las lenguas de los tres reinos, sería imposible pensar que en el interior de cada reino hubiera uniformidad lingüística, tanto más cuanto que el concepto de soberanía y cohesión territorial era difícilmente aplicable en la época medieval de los siglos XI-XII, e incluso más tarde. La influencia centralizadora de los escribanos de las respectivas cortes habría sido todavía escasa en esa época y las fuentes literarias romance no habrían acumulado todavía suficiente producción, y desde luego no uniforme en morfo sintaxis, como para representar factores determinantes en la fijación de las lenguas romance.

Debe considerarse por consiguiente una simplificación excesiva pensar que existieron tres lenguas romance diferenciadas en Aragón, Navarra y Castilla. Dialectos sí, todos ellos en su origen, del latín vulgar, se trataría más bien de una misma lengua, la que tuvo su origen escrito en San Millán de la Cogolla, en plena evolución fonética con mínimos referentes escritos, y que acusaría diferencias, a veces o temporalmente significativas, de ámbito localista rural según el substrato lingüístico de cada zona, la diversa influencia que aportaba la proximidad de las hablas vascuence, o la intensidad de las relaciones y los intercambios culturales y comerciales ultrapirenaicos.

Y en todo ello, la irradiación cultural del monasterio navarro-najerino de San Millán de la Cogolla es fundamental, pero no se puede aceptar el concepto cuasi-biológico que los políticos riojanos han dado recientemente a este monasterio al que poco acertadamente han llamado - y siguen llamando - “cuna del castellano”. Es este un concepto que tiene un cariz de oportunismo turístico-cultural riojano y que ha llevado a los políticos riojanos - con un cierto aire de chauvinismo de corte localista - a la creación de la “ruta del castellano”. Y es ridículo por dos razones. En primer lugar es casi ofensivo pensar que en el siglo X, en La Rioja, una nueva lengua, “balbuceante” (como se ha dicho) está naciendo. En ese siglo muy pocos sabían leer o escribir, pero todos sus pobladores se comunicaban perfectamente de forma oral. Incluso es sorprendente, a la vista de los glosarios entonces publicados, la riqueza lingüística disponible en la sociedad. Conceptualmente es absurdo el concepto de “nacimiento” de una lengua. Como gusta a menudo decir muy acertadamente el profesor Claudio García Turza, “las lenguas no existen, solamente existen los sujetos que se comunican entre sí con instrumentos lingüísticos” (10.7). Y en segundo lugar, no se puede hablar de la existencia en La Rioja de una lengua romance “castellana”. Ésta fue la que se desarrolló en la “vieja Castilla”, la de Las Merindades, o en las zonas vecinas de la “Bureba”, de Briviesca, con fuerte influencia de formas vascas. Y en efecto, cuando en el 1076 el rey de Navarra Sancho IV (1039-1054-1076) es despeñado en Peñalén, el territorio de La Rioja será arrebatado a Navarra por Castilla y desde entonces el romance castellano irá suplantando el romance autóctono riojano que conocemos por los códices de San Millán de la Cogolla. Esta convergencia lingüística con el romance castellano ocurrirá - por influjos recíprocos benignos - mucho más tarde en Aragón y en Navarra en el siglo XV, con anterioridad a la unión política de estos reinos.