9. Enigmas romance en La Rioja
    San Millán de la Cogolla

Para comprender la historia de Navarra y el origen de su particular lengua romance debemos acercarnos a la historia de La Rioja, una región clave y vértice de culturas. Conocer la historia de La Rioja explica muchas cosas de la historia de España y por supuesto de Navarra y de Castilla. Desde que Navarra se lanza a la Reconquista a principios del siglo X, juntamente con el reino de León, compartirá con La Rioja una misma historia, un mismo Reyno (9.1) hasta el año 1076, fecha en la cual La Rioja tomará un rumbo castellano y la monarquía navarra un rumbo aragonés. La Rioja constituye el principal referente para comprender también el nacimiento a mediados del siglo XI del reino de Castilla y de la lengua romance castellana.

Los berones fueron los primeros pobladores de La Rioja conocidos en la historia, probablemente impulsados hacia el interior de la Península a través del río Ebro, navegable hasta Varea, cerca del actual Logroño, según lo describe Plinio. Luego vendrían los iberos y después los celtas, fundiendo sus culturas con los berones, probablemente integrantes de tribus vascónicas, según también lo explica Rufus Festus en el siglo I. El geógrafo e historiador griego Estrabón (63-19 a.C.) explica que al norte de los celtíberos están los berones, que son vecinos de los cántabros coniscos y que tomaron parte en la emigración céltica. Su ciudad es Varia (Varea) que “está al paso del Ebro”, confinando también con los “bardietas” (los bárdulos). También habla Estrabón de la "vascónica Calahorra", pero menciona sin embargo a los berones como componentes de la raza celta procedente de Francia. Y en el siglo II (d.C.) el astrólogo, astrónomo, geógrafo y matemático griego Claudio Ptolomeo (85-165 d.C.) designa a Varea como "Varia" incluyéndola como una de las ciudades importantes de los berones. En sus "Tablas" hace una valiosa determinación por grados y minutos de longitud y latitud de varias ciudades, montañas y ríos señalando, entre otras ciudades, Tricio y Nájera (Tritium Metallum) y Varea (Varia). Entre las ciudades de los vascones menciona Calagorrina (Calahorra) y Gracurris (Alfaro) en el valle del Ebro. La antigua ciudad de Cantabria, que arrasó en el año 576 el rey visigodo Leovigildo, estaría situada en el paso del Ebro, casi frente al actual Logroño, que suena por primera vez en la historia como una pequeña comunidad rural y de pesquería, villa donada en 926 al monasterio de San Millán por el rey de los Pamploneses, García I Sánchez (919-925-970) ( 9.2 ). 

No se puede fijar con precisión la época en que los habitantes de La Rioja perdieron el nombre de berones y tomaron el de cántabros, pero es seguro que este último nombre perduró mucho tiempo en la historia. Incluso cuando los reyes navarros arrebatan a los musulmanes a principios del siglo IX (923) La Rioja berona (no así todavía la Calahorra de ascendencia vascona), se titulan también entonces reyes de Cantabria. 

Fijar los límites de la Cantabria riojana es difícil. Estrabón dice que había que salvar los montes Idubeda (9.3) para entrar en la Celtiberia. Y que desde los celtíberos hacia el norte estaban los berones, limítrofes de los "cántabros coniscos" (9.4), que usaban también el traje de los galos. También nos dice que los vecinos de los berones eran los "bardietas a los que ahora llaman bardyalos" (9.5). En dirección sur se encontraban los arévacos, en la actual provincia de Soria, y en dirección de las tierras de Soria-Zaragoza, los pelendones.

Precisar los límites geográficos de los vascones a la llegada de los historiadores romanos es tarea controversial. Se encuentran argumentos para pensar que el territorio de lo vasco - el Saltus Vasconum - estaba restringido a la Navarra pirenaica hasta la zona aragonesa de Jaca. Pero también puede defenderse la idea de que los romanos consideraban este territorio hasta el mismo río Ebro incluyendo los valles y montañas de La Rioja, incluso algo de Burgos. En cualquier caso, algunas montañas de Aquitania también formarían parte. Parece no obstante existir unanimidad en considerar que las costas guipuzcoanas y vizcaínas eran ajenas a los vascones, estando aquellas habitadas por tribus cántabras.

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A pesar de la barbarie dominante al término de la dominación visigótica, la cultura era seguramente una cualidad apreciada. De las escuelas monásticas salían letrados capaces de escribir cronicones u obras teológicas y monjes que se dedicaban a copiar y a veces glosar manuscritos. Todos los usos cultos y oficiales seguían reservados al latín que se aprendía en las escuelas. El habla vulgar constituía ya una lengua nueva. Pero se la calificaba despectivamente de "rusticus sermo". Entre el latín de los eruditos y el romance llano existía un latín avulgarado, escrito y probablemente hablado por los semidoctos, que amoldaba las formas latinas a la fonética romance y que debió de usarse ya al final de la época visigoda. Los mozárabes lo llamaban "latinum circa romancium". Mientras perduró tal forma de lenguaje intermedio hasta comienzos del siglo XIII, no estuvieron bien marcados los linderos entre el latín y el romance. 

El romance primitivo de los estados cristianos hispanos nos es conocido gracias a documentos que, si bien pretenden emplear el latín, insertan por descuido, ignorancia o necesidad de hacerse entender, formas, voces y construcciones en lengua vulgar. A veces el revestimiento latino es muy ligero, y los textos resultan doblemente valiosos.

El romance aparece usado con plena consciencia en las "Glosas Emilianenses", compuestas en el monasterio navarro-riojano de San Millán de la Cogolla, y en las "Glosas Silenses", así llamadas por haber pertenecido su manuscrito al monasterio de Silos, al sureste de Burgos. Fue con toda probabilidad copiado en Silos de un original procedente de San Millán de la Cogolla. Ambas glosas datan del siglo X y muestran un decidido propósito consciente de transcribir términos romance empleados en la región de La Rioja que entonces es parte del reino navarro con sede regia en la cercana Nájera. En este contexto pueden constituir también un reflejo del romance navarro y están influidas y presionadas por el vascuence, que en esa época ocupaba un área mayor que en la actualidad, penetrando hasta el valle de Ojacastro, lindante con el Monasterio de San Millán de la Cogolla.

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San Millán de la Cogolla se encuentra en la falda de los ásperos montes Distercios o de la Demanda, en esa magnífica región, La Rioja, que fue foco y vértice de las culturas romance peninsulares y, mucho antes, la que había ofrecido a la penetración de la cultura de Roma el último puerto, en Varea, de un río Ebro entonces hasta ese lugar navegable. En tiempos más remotos, las viejas tribus beronas, probablemente celtíberas, de ascendencia ibero-vascona, ya habían recibido la cultura celta cuando reciben la influencia romanzadora. Y tras la descomposición del imperio de Roma, la influencia y dominio visigótico es definitivo tras la destrucción de la ciudad riojana de Cantabria por Leovigildo, a finales del siglo VI.

Allí se santificó y murió (574) el centenario ermitaño Emiliano, nacido el 473, y sobre su sepulcro se alzó un cenobio, raíz del actual monasterio de Suso. La primitiva construcción del siglo VI era visigótica y sería objeto de diversas reformas en los siglos VIII y IX. Sobre sus vestigios se levantó la iglesia ("baselica") mozárabe consagrada el año 959 bajo el reinado de García I Sánchez (919-925-970), rey de los Pamploneses y en Nájera (9.6). Sus arcos de herradura anunciaban también la penetración de las esencias árabes de inspiración visigótica. El temible visir Almanzor lo incendió poco después de su consagración, apenas vencido el año 1000, como si todo se preparara ya para que la próxima venida del gran rey navarro Sancho III Garcés el Mayor (990-1004-1035) diera a esa vieja vasija de variados estilos que es Suso los nuevos aires románicos de la reforma cluniacense.

Los documentos que guardó celosamente este cenobio de San Millán de Suso nos revelan que esa región fue parte fundamental del nacimiento de la nación española. Los primeros estados cristianos que se forjan en la reconquista, Asturias-León y Navarra, sentían la continuidad histórica de valores fundidos bajo la dominación visigótica: el concepto nacional y la unidad religiosa de España. San Millán de la Cogolla iba a añadir una nueva amalgama para la futura formación de España: el origen escrito de una lengua común.

Modelo de un monaquismo autóctono, San Millán de Suso llegó a convertirse en la síntesis cultural de Navarra y Castilla. En los últimos años de reinado del rey navarro Sancho I Garcés (865-905-925) logró éste, con ayuda de su aliado Ordoño II de León (873-914-924), conquistar la Rioja Alta o Rioja Cántabra cuyas principales ciudades eran Nájera y Viguera. La expedición de castigo del 924, dirigida por el propio Abd-al-Rahman III (912-961), había devastado las tierras de Pamplona y quizá fuera en razón de ello que la élite nobiliaria navarra y la misma Corte vieran en la nueva región fértil de Nájera un nuevo centro de gravedad, al menos respecto a las regiones orientales del reino, semejante a Pamplona respecto a la montaña navarra. Hasta la reconquista de Calahorra en el año 1045 por el rey García III Sánchez, el de Nájera (1020-1035-1054), la Rioja cristiana era únicamente la situada al oeste del valle del Jubera y la Sierra del Camero Viejo.

Bajo la jurisdicción de los reyes de Pamplona-Nájera, el templo de Suso recibió numerosos privilegios reales e inmunidad civil y eclesiástica. También el primer conde soberano de Castilla, Fernán González (+ 970), le concedió el privilegio de un tributo que los pueblos le debían pagar (9.7) pues los castellanos consideraban el monasterio de San Millán de Suso como sede espiritual del Condado. En esa línea fronteriza debieron de ocurrir graves incidentes entre navarros y castellanos que obligaron a Sancho el Mayor y a su suegro el conde de Castilla Sancho García (+ 1017) a resolver el litigio pacíficamente mediante una “concordia y convivencia”, trazando la línea divisoria y respetándose los mojones tradicionales, partiendo de la línea fronteriza de la cumbre de San Millán como primer mojón.

San Millán de la Cogolla fue uno de los escritorios altomedievales más productivos y originales de la Península en la creación y copia de glosarios (diccionarios enciclopédicos) y otras obras lexicográficas. Allí se redactaron algunos de los glosarios culturalmente más ricos de todos los centros intelectuales europeos. Y allí, un monje anónimo, gesta en el siglo X las Glosas Emilianenses que tienen la importancia excepcional de ofrecernos las primeras clausulas que en España se conservan redactadas en romance (9.8) y donde también aparecen las palabras más antiguas conocidas en una variedad de las hablas vascuence (9.9). Son una especie de cajón de sastre donde el copista ha acumulado textos litúrgicos, sermones de los Santos Padres y tradiciones locales. Y entre líneas, al margen, aparecen traducidas a la lengua vulgar romance gran cantidad de palabras latinas ininteligibles para el lector del tiempo. El romance latía ya bajo un disfraz latino.

Numerosos lingüístas habían pensado que para componer las Glosas Emilianenses, los anotadores debieron de haber manejado alguna especie de diccionario latino-romance previamente compuesto. Y así parece confirmarse con la reciente descripción minuciosa y estudio lingüístico por los hermanos riojanos profesores García Turza, del Códice 46 de la Real Academia de la Historia, acabado de escribir en el escritorio riojano de San Millán de la Cogolla en el año 964 sobre pergamino y con letra visigótica redonda. Contiene más de 20.000 artículos y alrededor de 100.000 acepciones.

Este inmenso caudal de voces refleja probablemente la totalidad de saberes del hombre de la época tardo romana y los siglos oscuros de la Alta Edad Media: los métodos e instrumentos de enseñanza, las fuentes literarias clásicas y cristianas primitivas, todo tipo de aspectos relativos a la sociedad, las religiones, las formas de vida y las mentalidades de la época. Está redactado en un latín muy corrompido e incorrecto, pero vitalizado por las tendencias espontáneas del habla romance viva en la región riojana. Figuran en el glosario formas latinas impregnadas de palabras y frases romances o romanceadas propias de la lengua oral, frecuentes construcciones en romance latinizado y expresiones completamente romances. Supone por ello un valiosísimo instrumento para conocer los orígenes de las hablas romances hispánicas que se van desarrollando bajo la influencia de la monarquía de Pamplona-Nájera.

La mayor parte de los glosarios y manuscritos glosados del siglo X son originarios de los monasterios de La Rioja donde arraigó fuertemente tal dedicación intelectual. En Albelda el monje Vigila, con la colaboración de Sarracino y García, escribe en el año 976, época del rey navarro Sancho II Garcés Abarca (935-970-994), el denominado Códice Vigiliano o Albeldense que constituye uno de los textos fundamentales para el conocimiento de la historia y derecho de aquella época. Especialmente la crónica que comienza en el año 905, con el comienzo del reinado en Navarra de Sancho I Garcés (865-905-925), hasta la fecha en que fue escrito.

Los glosarios constituyeron en su época importantes instrumentos divulgadores de cultura y el inmenso repertorio de voces que presentan resulta decisivo para el conocimiento histórico de la época de transición entre el mundo romano y la Edad Media. Su valor histórico es deslumbrante ya que nos aporta un catálogo de palabras oscuras o en desuso en la época, con definición o explicación de cada una de ellas, o sea, glosas, normalmente ordenadas alfabéticamente para servir de libro de consulta a modo de un diccionario enciclopédico. Cuando una palabra latina, tal como la usaban los eruditos y doctos del siglo VII, no era inmediatamente accesible al lector del siglo X, el glosador romanceaba esa difícil palabra de forma latina para aclarar su comprensión tres siglos más tarde. 

El Códice 46 refleja la existencia de contactos estrechos con la cultura medieval europea. Hay numerosas glosas escritas en lenguas germánicas y existe una transcripción de un poema del escritor aquitano Hermoldo Níguelo dedicado a Pipino, rey de Aquitania (+ 838). También se observan textos latinos escritos en caracteres griegos según la moda europea de la época. Es obra de un monje capaz de reunir todo el saber de la época y revela la extraordinaria pujanza cultural de este rincón navarro-riojano durante la Alta Edad Media. El foco irradiador de otros manuscritos del siglo X originarios de La Rioja, Silos, Cardeña y quizá Oña y León parece haber sido el cenobio de San Millán de la Cogolla. Por fin la UNESCO, en diciembre de 1997, ha reconocido a Suso y Yuso bienes del patrimonio de la humanidad.

Más recientemente, en el año 2004, los profesores García Turza han anunciado la publicación de su estudio histórico-filológico del Códice Emilianense 31 que constituye el diccionario enciclopédico latino más original y rico en contenidos de cuantos se conocen en la España altomedieval. El trabajo que están llevando a cabo estos profesores riojanos tiene un enorme mérito y es necesario que se orqueste una campaña para darles ayuda ya que el inventario de códices custodiado en la Academia de la Historia es muy voluminoso. Creo entender que existen 368 códices de los que poco más de 5 ó 6 han sido estudiados en profundidad, y ello gracias a la iniciativa y constancia de los García Turza. De estos códices, entiendo que unos 70-75 están fechados, por lo que parece de sentido común que fueran éstos los que debieran ser analizados en profundidad en primer lugar con objeto de crear y fijar “campos datados” de conocimientos idiomáticos que luego servirán para enmarcar los estudios de los demás códices no fechados. La tarea es enorme pero nada debería ser más importante y urgente que emprender sistemáticamente este trabajo que bien pudieran dirigir los García Turza con un potente equipo de ayudantes. La valiosa ayuda financiera que está prestando Caja Rioja debería ser complementada por otras instituciones entre las que bien pudieran participar algunas de origen de Navarra. Ni la sociedad navarra ni mucho menos sus órganos de gobierno foral son conscientes de la importancia de este asunto (9.10).

Al cerrar este capítulo sobre San Millán de la Cogolla, a quién no le invade una nostalgia de lo que fue el vértice y piedra angular de nuestra cultura romance, tanto de Navarra como de Castilla, y que, muerto Almanzor, se encargaría Sancho el Mayor de impregnarla de trascendentales influencias venidas del norte de los Pirineos. Allí en Suso, quizá para recordarnos la cercanía de Castilla y Navarra, están también las tumbas de los siete Infantes de Lara y de las reinas navarras doña Toda, doña Jimena y doña Elvira.

Desde la antigüedad, La Rioja se había caracterizado por su carácter fronterizo o de transición, lo que le permitió asimilar diversas culturas. En los siglos prerromanos se encontraba en los límites entre los territorios indo europeizados y los no indoeuropeos. Allí habitaban los celtizados berones en contacto con los autrigones, várdulos y caristios del actual País Vasco, o con los vascones de Navarra. Este carácter de transición continuará en la época de la romanización y la dominación visigoda, se mantendrá con la llegada de los musulmanes y perdurará durante la Edad Media, incluso después de su definitiva incorporación a Castilla a finales del siglo XI (1076), cuando La Rioja le comunicará a Castilla un precioso caudal cultural y lingüístico que Castilla sabrá recoger y desarrollar admirablemente.

Existen numerosas y bellas leyendas en La Rioja. Cuenta una de ellas que un rey de la dinastía de Nájera-Pamplona, García III Sánchez (1020-1035-1054), quiso llevar en el siglo XI los restos de San Millán a su corte najerina. No pudo. Los bueyes que cargaban con los santos huesos no quisieron abandonar el valle que el ermitaño habitó. Por ello tuvieron que construir otro monasterio al pie de la Demanda. Lo llamaron Yuso (abajo) y fue finalizado en el año 1067 durante el reinado de su hijo Sancho IV Garcés, el de Peñalén (1039-1054-1076). Sobre él se levanta la actual severa mole herreriana del siglo XVI de aroma imperial. Una especie de Escorial menor.