18. La lengua en la decadencia política y el orgullo nacional

A finales del siglo XVI el imperio hispánico había logrado su máxima extensión. La unidad espiritual de España se había hecho mas sólida que nunca, afirmada en una ortodoxia religiosa sin reservas y en el más exaltado orgullo nacional. En las cortes frívolas de Felipe III (1578-1598-1621) y Felipe IV (1605-1621-1665) las letras llegan a su apogeo y florecen nuestros más grandes pintores. Pero antes, con las campañas de Flandes y el desastre de la Armada Invencible en tiempo de Felipe II (1527-1556-1598), habían sonado los primeros aldabonazos de la decadencia imperial española. Las inquietudes científicas declinan gravemente. Mientras los tercios de nuestra infantería sostenían en toda Europa una lucha desigual y agotadora, Francia había salido ya de sus guerras de religión y con las trascendentales reformas de Henri IV (1553-1589-1610) había sentado las bases sólidas de su hegemonía, que brillará en Versalles con su nieto Luis XIV y en todo el siglo XVIII. 

Tras la narración realista, con su habla llana y juicio prudente y el diálogo familiar fácil y fluido de Cervantes, la siguiente generación, la de Lope de Vega y Góngora, conoce en toda su violencia la sacudida innovadora. Como en toda época de decadencia, la vida literaria se hace cada vez mas intensa. El ambiente favorece el juego del ingenio y exige la búsqueda de la novedad. Era necesario halagar el oído con la expresión brillante, demostrar erudición y sorprender con agudezas. La "Dorotea" de Lope está llena de ingeniosidades y metáforas. En estas tendencias barrocas, se pierde ya la serenidad clásica y el lenguaje literario toma lujo de fantasía o de ingenio, dislocación, malabarismo y, en definitiva, desequilibrio. El caudal de cultura renacentista se vacía de contenido y tiende a convertirse en simple motivo ornamental. Aunque también surge en el siglo XVII el moralismo con cuyas sentencias cunde el gusto por la abstracción y la alegoría.

Al apuntar las tendencias barrocas, el teatro nacional recibe su pauta definitiva con la genial producción de Lope de Vega que consagra y consolida ideales hispánicos que se comparten en toda España. En sus comedias, lo sobrenatural se hace tan sensible como lo terreno. Tan pronto se amoldaba al tono brillante y conceptuoso de los galanes como a la ingenuidad del labriego o al desplante socarrón del criado.

La poesía de Góngora toma una línea aristocrática, resumen condensado de cuantos elementos imaginativos, mitológicos y expresivos había aportado el Renacimiento. El idioma español adquiere caracteres brillantes y es un caudal de cultura: imágenes de lujo, depuración de expresiones, extensión del período, latinismo en la frase y en las palabras. Constituye una lengua poética selecta y seguramente inaccesible al vulgo, erudita y armoniosa, halago de los sentidos y de la inteligencia.

El arte de Quevedo lleva al límite el dominio de los recursos del idioma español. Emplea la frase cortada, de extrema concisión y abundante en contraposiciones de ideas que da relieve a la profundidad del pensamiento, sentencioso y agudo. En su literatura burlesca, se complace en la deformación de la realidad hasta presentarla sólo en su aspecto ridículo, deleznable o grosero, o trata groseramente mitos e historias ennoblecidos por la tradición literaria. Fue el mayor enemigo de Góngora y su escuela. Su orientación es la opuesta a la de la poesía idealizadora de signo positivo, pero los procedimientos de lenguaje y estilo seguidos en una y otra guardan entre sí fundamental semejanza. Góngora y Quevedo dieron a las tendencias barrocas los módulos estilísticos que necesitaban y que, una vez creados, se impusieron, venciendo resistencias o sin encontrarlas.

También en el drama de Calderón de la Barca, que representa el término de una época literaria, la creación poética está al servicio de grandiosas construcciones del pensamiento, y los conflictos que se desarrollan en la escena son de ordinario símbolos de tesis filosóficas o religiosas.

La lengua española del Siglo de Oro experimenta un notabilísimo acrecimiento de palabras. Muchas voces extranjeras penetran entonces en el habla española. Aparte de la adopción de voces grecolatinas y extranjeras, el léxico literario español había aumentado su caudal aprovechando los propios recursos del idioma. Un método fué la abundante formación de derivados y otro método la admisión de palabras técnicas en el lenguaje corriente.

Durante los siglos XVI y XVII, la fijación de la lengua española había progresado considerablemente y a ello contribuyó de forma notable la variada, brillante y voluminosa acumulación literaria de esa época. Pero los preceptos gramaticales habían tenido todavía escasa influencia reguladora, la lengua seguía en continua evolución activa y no se había alcanzado la fijación del idioma.

A nivel nacional, no hubo región donde no ganara terreno el español sobre las lenguas romance. Desde el siglo XV continuó la decadencia del catalán que siguió agravándose seriamente en el siglo XVIII y una parte del XIX. Fuera de la conversación familiar y la predicación religiosa, contaba por únicas manifestaciones libros piadosos y coplas callejeras. Aún más completa era la postración del gallego, convertido en lengua vulgar. El valenciano, que antiguamente no se distinguía del catalán, fue después haciéndose dialecto rural y de artesanos de la ciudad, al que no le alcanzó el renacimiento literario catalán del siglo XIX. Unamuno decía que Valencia es más mercantil que industrial y que los valencianos saben que si se puede producir en valenciano o en catalán, no se puede vender en ellos, sino en español o en francés. El vascuence entretanto continúa como habla familiar en el medio rural, no transmitiendo cultura escrita, aunque comienza en el siglo XVI alguna  escasa manifestación escrita de orden eclesiástico, como se ha apuntado anteriormente.

Si en los siglos XVI y XVII la lengua española había obtenido superior consideración social, ello hay que atribuirlo sin la menor duda a méritos propios, pues ninguna otra lengua peninsular había logrado convertirse en vehículo de tan amplísima y brillante cultura como la que desarrolló España a nivel nacional con una lengua que unía a todos (18.1)

Durante esos siglos, la dinastía de los Austrias había presidido una explosión cultural que se canalizó espontáneamente a través de la lengua española, en detrimento natural de las lenguas romance regionales que perdían terreno principalmente en los territorios de influencia catalana y en Galicia. Qué duda cabe que la superioridad alcanzada por la lengua nacional tuvo también un apoyo en los usos oficiales y cortesanos, pero los Austrias nunca practicaron una política deliberada de represión, ni en los usos lingüísticos regionales, ni en los fueros, privilegios o estructuras regionales de constitución y gobierno. Los reinos españoles estaban unidos por la Corona, pero no sufrieron éstos merma en su capacidad legislativa y sus instituciones privativas judiciales y de gobierno habían pervivido con arraigo tradicional.