15. Hacia nuevos rumbos culturales

En el transcurso del siglo XIV, la lengua castellana liquida alguna de sus más importantes vacilaciones, desecha anteriores prejuicios respecto a fenómenos típicos de la fonética y camina hacia su regularización. Continúa sin interrupción la entrada de cultismos, impulsada por la actividad de las nacientes universidades, la formación a partir de la segunda mitad del siglo XIV de juristas en el Colegio Español de Bolonia (15.1) y las traducciones de obras doctrinales e históricas. A principios del siglo XIV, la reina Juana I de Navarra Champagne, también reina consorte de Francia por su matrimonio con Philippe IV le Bel, había creado el Collège de Navarre en París.

La literatura castellana cuenta desde el segundo cuarto del siglo XIV con escritores de fuerte personalidad que dejan huella inconfundible en su respectivo estilo. La prosa de Alfonso X se continúa y perfecciona en la obra del político y escritor don Juan Manuel (1282-1348), duque de Villena y sobrino de Alfonso X el Sabio. Es el primer autor preocupado por la fiel transmisión de sus escritos, que corrige de su propia mano. Es también el primero en tener conciencia de sus procedimientos estilísticos, pero no el único. Se trata de uno de los principales representantes de la prosa medieval de ficción, sobre todo gracias a su obra El Conde Lucanor (1335), conjunto de cuentos moralizantes (exempla) que se entremezclan con varias modalidades de literatura sapiencial.

En el siglo XIV, don Juan Manuel dirigía casi en exclusiva su literatura hacia las personas de la nobleza, aunque se decidió a escribir libros en lengua vulgar con el objetivo de facilitar su acceso a un mayor número de lectores. En todas sus obras la función predominante es la función didáctica. En este sentido, don Juan Manuel tuvo un gran referente en su tío Alfonso X. Decidido a seguir sus pasos, cultivó una literatura formativa y en castellano, lo cual era una rareza en aquella época, en la que todos los escritores cultos preferían el latín.

Otro gran estilista, de temperamento opuesto al de don Juan Manuel, es el poeta lírico y clérigo Juan Ruiz de Cisneros, conocido como el Arcipreste de Hita (Guadalajara) (h. 1283 - h. 1350), en su Libro de Buen Amor (h. 1330-1343), la obra literaria más importante de la Edad Media. El Arcipreste defendió la “barraganía” (15.2) de los sacerdotes frente a la postura integrista de la doctrina papal del celibato obligatorio, propugnada por Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo. Fue el primero en cultivar el género festivo y humorístico, manejando la aguda sátira con portentosa habilidad, como se ve en sus poemas. Principalmente en el que hace mofa de las costumbres de los religiosos de su época, con la ficción de un concilio en que, entre otras decretales, hay la de prohibirles que vivan con mujeres.

En los últimos años del siglo XIV y primeros del XV se empiezan a observar en Castilla síntomas de un nuevo rumbo cultural propiciado por los Trastamara. Ávidos de mostrarse a la altura de las nuevas maneras italianas, refinadas y sabias que anuncian el Renacimiento, los escritores castellanos introducen sin medida gran cantidad de palabras cultas que arraigan tanto en el lenguaje elevado como en el habla llana. Fue un aluvión latinista, aunque en paralelo hubo también una gran introducción de galicismos en esta época. 

Las corrientes humanísticas italianas habían llegado antes al reino de Aragón, ya desde el siglo XIV. La independencia política de Aragón respecto de Castilla, su unión con Cataluña bajo la Corona de Aragón y su vocación mediterránea, explican la mayor resistencia del romance aragonés, así como el fuerte influjo catalán que en él se percibe, lo que da lugar a un considerable florecimiento autónomo, sobre todo en obras históricas y traducciones.

El intento del rey Carlos II de Navarra Evreux (1332-1349-1387) por fijar el romance navarro, haciéndolo lengua oficial de la Corte del viejo Reyno, no dará resultados definitivos. Aunque su hijo Carlos III el Noble (1361-1387-1425) - también nacido en Francia - mantiene el criterio de su padre, el nieto de éste, el Príncipe Carlos de Viana (1421-1441-1461), sucumbirá a las tentaciones humanísticas de las nuevas tendencias italianizantes. El Príncipe de Viana, ante el conflicto de gobierno que le enfrenta a su padre el infante don Juan de Aragón, marcha por Francia y Roma a Nápoles (1455) donde encuentra la ayuda y comprensión de su tío Alfonso V el Magnánimo, rey de Nápoles y Aragón. Allí sucumbe con ardor a los modos literarios grecolatinos. Fue el Príncipe un inspirado poeta llegando a componer delicadas trovas. Poseyó una notable biblioteca en la que figuraban libros de teología, historia y literatura, casi todos escritos en latín y francés, citándose solamente uno en un romance español. Habló correctamente cinco lenguas. Hasta el siglo XVI el vascuence no había empezado a transmitir cultura escrita y se hubiera interesado el Príncipe en escritos vascuences de haber éstos existido ya que fue un "habla" de uso común rural y familiar en una parte importante de Navarra. Tradujo las “Éticas” de Aristóteles comentadas - que se publican en Zaragoza en 1502 -, la “Condición de la Nobleza” de Angelo Milán. Y como creación propia y original escribió la “Crónica de los Reyes de Navarra”, “Milagros de San Miguel Celso”, “Cartas a requestas poéticas” y algunos ensayos de oratoria entre los que sobresale su “Lamentación” a la muerte de Alfonso, su tío el Magnánimo, rey aragonés, hermano de su padre Don Juan. Escribió asimismo la “Epístola a los valientes letrados de España” y numerosas poesías en romance propio - ya muy próximo al castellano - y catalán que solía entonar acompañándose de la vihuela.

Se introduce plenamente en España la poesía alegórica, cuyos modelos son la Divina Comedia de Dante y los Triunfos de Petrarca. Estos y Boccaccio son muy leídos en España. Con la secular influencia francesa, mantenida por el incremento de las costumbres cortesanas y caballerescas, comenzaba a competir la de la Italia trecentista. La conquista de Nápoles por Alfonso V de Aragón (1442), intensifica las relaciones literarias con Italia y crece el interés por el mundo grecolatino.

La antigüedad no es para los hombres del siglo XV simple materia de conocimiento, sino ideal superior que admiran ciegamente y pretenden resucitar, mientras se desdeña la Edad Media en que viven todavía y que se les antoja bárbara en comparación con el mundo clásico. Resultado de tanta admiración fue el intento de trasplantar a las lenguas romance usos sintácticos latinos sin dilucidar antes si encajaban o no dentro del sistema lingüístico propio. La prosa busca amplitud y magnificencia y los latinismos alcanzan todavía con más intensidad al vocabulario.

Pervivían todavía muchas inseguridades en las lenguas peninsulares. No se había llegado a la elección definitiva entre las distintas soluciones que en muchos casos contendían, pero la inspiración común de todas ellas en los modos y conceptos grecolatinos las habían acercado unas a otras de manera irreversible. Faltaba la unión política entre los reinos medievales, pero la lingüística se había adelantado y estaba cerca de consumarse.

En Aragón, la entronización de la dinastía castellana de los Trastamara con Fernando I de Antequera (1380-1412-1416) y la intervención del “partido aragonés” en las luchas políticas de Castilla en tiempos de Juan II (1405-1406-1454) y Enrique IV (1424-1454-1474), aceleran el abandono de sus peculiaridades lingüísticas medievales por los nuevos poetas cortesanos. Hasta Cataluña llega también la expansión del castellano, apareciendo ya poetas bilingües como Pere Torroella, a pesar de ser el siglo XV el período de máximo esplendor de la literatura catalana y valenciana. El Príncipe Carlos de Viana y su hermana menor, la reina Leonor I de Navarra (1426-1479-1479), son también del linaje Trastamara, tanto por su padre el infante don Juan de Aragón como por su abuela, la anterior reina Leonor (+ 1416), esposa de Carlos III el Noble.

Es ya seguro que se llegará a la unión de todos los reinos medievales, pero no se sabe aún si la unión de las coronas se hará por el matrimonio convenido entre el Príncipe Carlos de Viana (rey de derecho de Navarra y heredero de la Corona de Aragón), e Isabel la Católica, o prevalecerá el deseo de Juana Enríquez - segunda esposa del infante don Juan de Aragón, rey viudo consorte de Navarra - queriendo casar a su hijo Fernando de Aragón, hermano consanguíneo del Príncipe de Viana, con la misma Isabel de Castilla. Y es esto último lo que ocurrirá a la muerte prematura del Príncipe de Viana en 1461. La unión pudo haberse hecho por Navarra y Castilla, pero se consumó por Castilla y Aragón. La herencia divisoria de Sancho III el Mayor (+ 1035) comenzaba a anularse y surgía España de la fusión de los reinos medievales.