13. Primeros desarrollos del romance castellano

Se identifica la aparición de rasgos dialectales romance de características peculiares en un territorio próximo al vascongado, entre la Cantabria de La Rioja, Burgos y la cordillera Cantábrica, territorio que se encuentra entre los núcleos de los dialectos leonés y navarro. Es el territorio que será conocido en la Alta Edad Media como la Vieja Castilla, o “las Merindades”, el norte de la actual provincia de Burgos.

La antigua Cantabria riojana, región constantemente insumisa durante el período visigótico, fue la cuna de Castilla. El nombre de "Castella (“los castillos)" parece haber sido dado en los primeros tiempos de la Reconquista a una pequeña comarca al sur de la cordillera cantábrica, fortificada por los reyes asturleoneses Alfonso I ( -739-757) y Fruela I (722-757-768) en el siglo VIII. A finales del siglo IX comienza a extenderse Castilla por la Bureba y la meseta de Burgos, llegando hasta el sur del Duero en la centuria siguiente.

Se trata de un conjunto de condados dependientes del reino de León pero frecuentemente rebeldes. En esa zona, unificada por el primer conde soberano Fernán González (+970), va reconociéndose una variedad dialectal, el castellano, que por su cercanía geográfica con las hablas vascuence que le influyen incluso más que al romance navarro y al aragonés, tiene rasgos básicos que lo apartan más que a otras hablas peninsulares de su origen latino.

La vecindad de Navarra y su influencia en Castilla y León en la época de Sancho III el Mayor (990-1004-1035) favoreció la propagación de rasgos lingüísticos navarros en zonas burgalesas durante el siglo X y parte del XI, pero desde finales de ese siglo se observan castellanismos en Navarra. La anexión de La Rioja a Castilla tras el fratricidio navarro de Peñalén (1076), debió de constituir un elemento definitivo para el enriquecimiento del romance castellano. Entre Castilla y Aragón existió una zona políticamente disputada que no llegó a prolongar hacia el sur el reino de Navarra, aunque fué objeto de sus ambiciones hasta avanzado el siglo XII. Esa zona que comprende una parte de La Rioja, Soria, Molina y Cuenca, ofreció en su lenguaje durante la Edad Media ciertas coincidencias con el romance navarroaragonés. 


Por su posición geográfica era Castilla vértice donde habían de confluir las diversas tendencias del habla peninsular. El territorio que en siglo X ocupa el condado de Fernán González había estado repartido en tres provincias romanas. La Montaña y los valles del alto Ebro y del alto Pisuerga pertenecieron a la Gallaecia; Álava y la Bureba, hasta los Montes de Oca, caían dentro de la Tarraconense; y el convento jurídico de Clunia, con Burgos y Osma, era el extremo septentrional de la Cartaginense. Como hemos visto anteriormente, una de las fronteras de influencia del conde de Castilla se situaba en los montes cercanos a San Millán de la Cogolla.

La aparición del romance castellano en la escritura fue una lenta revelación. Solo algunos rasgos se traslucen en documentos del siglo X (13.1). Desde principios del siglo X el territorio riojano de la comarca de Nájera había sido arrebatado a los musulmanes por el rey navarro Sancho I Garcés (865-905-925), al igual que lo haría más tarde con los territorios del condado de Aragón. El Códice 46 fechado en San Millán de la Cogolla en el año 964, como las Glosas Emilianenses del siglo X o las del Monasterio de Silos en plena tierra burgalesa, nos indican que en numerosos cenobios se propagaban entonces glosas escritas en romance navarro-najerino que debieron haber guiado notablemente los primeros desarrollos del romance castellano.

Los caracteres más distintivos del habla castellana no empiezan a registrarse con alguna normalidad hasta mediados del siglo XI, al tiempo que Castilla toma la categoría de reino tras la batalla de Atapuerca en el 1054, con la desmembración del reino de Navarra, y va sobreponiéndose en influencia a León y Navarra. El progreso del reino de Castilla supuso el del romance castellano, el más ibérico de los romances peninsulares según Amado Alonso, el menos fiel al latín, más vulgar que los demás, porque ni el catalán, ni el gallego, ni el navarroaragonés, ni el leonés, seguían tendencias distanciadoras del latín. Desde el punto de vista fonético reduce las vocales a cinco solamente y de timbre muy claro, influencia que sin duda recibe de las hablas vascuence, todo ello con notables diferencias comarcales.

A partir de mediados del siglo XI el condado de Castilla se convierte en reino que llega a ser poderoso en la Reconquista, ganando importancia en territorio e influjo y, con el tiempo, también prestigio y cultivo para su dialecto. Con el infatigable empuje reconquistador de Castilla hacia el Sur, los dialectos mozárabes van desapareciendo. El romance castellano reduciría también las áreas de los dialectos leonés y aragonés, constreñiría al romance navarro en su territorio, atraería a su cultivo a gallegos, catalanes y valencianos y, a su vez, recibiría notables influencias de todos ellos (13.2). Poco a poco la lengua castellana sería más tarde el principal vector constitutivo de la lengua española, haciéndose de este modo instrumento de comunicación y cultura válido para todos los españoles y numerosos pueblos de ultramar.

Y en ello, Castilla realizó una labor admirable animada por la iniciativa de la Corte. La evolución lingüística avanzará en Castilla con pasos lentos, pero firmes y consistentes, sabiendo adoptar las principales innovaciones que venían de las regiones vecinas, dándoles caracteres propios .