16. La unificación y expansión lingüística

La penetración de la cultura clásica se extiende e incluso se intensifica durante la época de los Reyes Católicos, al mismo tiempo que se consuma la unificación lingüística en el centro de la Península. El romance leonés vivía ya solamente en el habla rústica. En cuanto al aragonés, eran todavía patentes al principio del siglo XV sus diferencias con el habla de Castilla, pero al acabar el siglo su fusión con el romance castellano es prácticamente total, desapareciendo las peculiaridades del romance aragonés en el uso literario y notarial y refugiándose éstas únicamente - como ocurrirá en Navarra - en el habla vulgar. La difusión del romance castellano como lengua literaria se intensifica en las regiones catalanas. En Valencia abundan los poetas bilingües y algunos emplean exclusivamente el romance castellano. Se multiplican las traducciones de los libros clásicos, y la imprenta, que empieza entonces a propagarse, hace que la difusión sea entonces extensa y fiel.

El proceso lingüístico de unificación y expansión coincide con el momento histórico en que las energías hasta entonces dispersas en varios reinos medievales se congregaban ahora para fructificar en empresas de marcado carácter nacional. El romance castellano había culminado un proceso de fusión con otras lenguas romance peninsulares y se estaba así dando paso a la lengua española. Unamuno diría que entonces muere el “castellano” para que pueda nacer el “español”.

El humanista y gramático Antonio de Nebrija (1441-1522), tras diez años de estudios en la universidad de Bolonia, emprende la reforma de la didáctica universitaria en lo que se refiere a la enseñanza del latín. En 1492 publica su “Gramática castellana” - un fracaso editorial en su tiempo - que dedicó a la reina Isabel la Católica (16.1), obra por la que pasará a la historia. Se trata de la primera gramática de una lengua vulgar escrita en Europa. El concepto de "artificio" o "arte", esto es, regulación gramatical, había estado reservado a la enseñanza de las lenguas cultas, básicamente el latín y el griego. Constituía una novedad aplicarlo a la lengua vulgar, pues se consideraba que, aprendida de los labios maternos, bastaban la práctica y el buen sentido para hablarla debidamente. Se dice que cuando Nebrija presentó el libro, la Reina le preguntó:

¿Por que querría yo un trabajo como éste, si ya conozco la lengua?.


A lo que Nebrija respondió: Su Alteza, la lengua es el instrumento del Imperio. Tuvo gran influencia su concepto fonético de la ortografía,

«assi tenemos de escrivir como pronunciamos i pronunciar como escrivimos
por que en otra manera en vano fueron halladas las letras».

No parece que los españoles del siglo XXI nos demos cuenta de la importancia de tener una lengua que se escribe y se pronuncia de la misma manera. Lo que poco a poco irá otorgando una ventaja distintiva sobre todas las demás lenguas del mundo occidental.

Habían existido conatos provenzales anteriores de regulación gramatical y era un hecho conocido que desde finales del siglo XIII el uso del francés en la corte de Inglaterra había necesitado el empleo de manuales para que los anglosajones aprendieran algo de la pronunciación, grafía, elementos gramaticales y léxico franceses. Pero estos trabajos rudimentarios no se pueden comparar con el que aporta Nebrija, muy superior a ellos en valor científico y alteza de miras. Un Diccionario latino-español y español-latino y una Ortografía completan la obra de Nebrija. Fue el primero en fijar normas para dar consistencia al idioma y tenía un afán de perpetuidad netamente renacentista. Decía Nebrija que "siempre la lengua fue compañera del imperio". El descubrimiento de América abre entonces un mundo inmenso para la extensión de la lengua, que ya no debe considerarse castellana sino española por el aporte lingüístico que realizan todas las regiones y hombres de España. 

Al comenzar el siglo XVI el cardenal Cisneros encuentra a su disposición un plantel de hombres sabios con los cuales funda la Universidad de Alcalá y les encomienda la elaboración de la Biblia Políglota. Con la influencia renacentista, el idioma continúa despojándose del lastre medieval e incluso de las demasías formales que habían acompañado a su iniciación, con lo que el lenguaje adquiere solidez.

Elevada por Fernando el Católico al rango de potencia europea, España se lanza con el emperador Carlos V a regir los destinos de Europa. Pone su esfuerzo al servicio de un ideal ecuménico, la unidad cristiana contra los protestantes y los otomanos y propaga en América la fe cristiana, alcanzando entonces la lengua española extraordinaria difusión. Traducidos a varios idiomas, el Amadis, la Cárcel de Amor y la Celestina inauguran los triunfos de nuestras letras en el extranjero. Resultado de esta influencia en todos los órdenes de la vida fue la introducción de numerosos hispanismos en otras lenguas, sobre todo en el italiano y el francés. El imperialismo lingüístico unido al político, como pensaba Nebrija, refuerza la unidad de España al compartir todos sus hombres horizontes de universalidad.

La espléndida floración literaria que ocurre en el Siglo de Oro es determinante y fundamental para consumar una completa unificación de la lengua literaria. Con el auge de la lengua española coincide el descenso vertical de la literatura catalana y valenciana, tan rica en las centurias precedentes. La unidad política nacional, la necesidad de comunicación práctica entre todas las regiones y con el extranjero, en donde no tenían curso las variedades lingüísticas regionales, y los usos en la Corte que atraía a la nobleza de toda España, acabaron por recluir al catalán en los límites del habla familiar.

No quedó apenas otra literatura que la escrita en lengua española. Y a su florecimiento contribuyeron gallegos; catalanes como Boscán; aragoneses como Zurita, los Argensola y Gracián; valencianos como Timoneda, Gil Polo, Guillén de Castro, Moncada etc. Todos los españoles se habían dotado de un idioma común, lo que constituía la gran moda y aspiración de los países europeos. El nombre de "lengua española" tiene desde el siglo XVI absoluta justificación ya que sirve de vehículo de comunicación y transmisión de cultura entre todos los españoles y numerosos pueblos de ultramar, y se sobrepone al de "castellana" que, habiendo sido por méritos propios su principal soporte y vector de unificación lingüística nacional, puede quedar desde entonces reservada para identificar peculiaridades, principalmente fonéticas, dentro de la región de Castilla. Cuando recientemente preguntado el Nobel mejicano Octavio Paz - como a Jesús de Nazaret sobre el pago del impuesto al Cesar -, si él hablaba "español" o "castellano", dicen que respondió: “Yo hablo español. El castellano lo pronuncio muy mal".

Debe reconocerse que el castellano murió de éxito, allá hacia finales del siglo XV o siglo XVI, dando paso a una lengua que todavía permanece viva y en plena evolución, el español. Y con el castellano murieron también otras lenguas romance peninsulares que habían contribuido al nacimiento y esplendor universal del español. Unamuno lo expresaba así cuando loaba la idea de España y de la lengua española, protestando contra la exaltación de las diferencias regionales y el fomento de las diferencias lingüísticas peninsulares: “El castellano es una obra de integración: han venido elementos leoneses y han venido elementos aragoneses, y estamos haciendo el español, lo estamos haciendo todos los que estamos haciendo Lengua o los que hacemos poesía (…). España no es nación es renación; renación de renacimiento y renación de renacer, allí donde se funden todas las diferencias, donde desaparece esa triste y pobre personalidad diferencial.(…). Ni individuo, ni pueblo ni lengua renacen sino muriendo; es la única manera de renacer: fundiéndose en otro. (…) que en la hierba crezcan ecos de una sola lengua española que haya recogido, integrado, federado si queréis, todas las esencias íntimas, todos los jugos, todas las virtudes de esas lenguas que hoy tan tristemente, tan pobremente nos diferencian”.