6. Variedades dialectales de las hablas vascuence y el “b a t ú a”
El vascuence ha estado fraccionado en diversas variedades históricas con problemas de comprensión entre sí (6.1). Tradicionalmente se han llamado “variedades dialectales” o dialectos del vascuence, pero estos términos no son correctos. Desde antiguo hay conciencia muy clara de la existencia de varias “hablas vascuence” con ausencia de una lengua literaria común, normalizada, es decir que sirviera de denominador común a todas ellas. Hubiera sido correcto hablar de “dialectos” o “variedades dialectales” si se hubieran presentado variedades de un tronco considerado como el originario de todas ellas, lo que no parece corresponderse con la realidad histórica.
Juan de Lizarraga, sacerdote hugonote labortano (+ h. 1605), autor de la traducción vasca del Nuevo Testamento bajo los auspicios de la reina Juana III de Navarra Albret (1528-1555-1572) – publicada en 1571 - , al tratar de las dificultades para encontrar una modalidad comprensible por todos los lectores escribe: “(…) cualquiera sabe qué diferencia y diversidad hay en la manera de hablar en Euskal Herria casi de una casa a otra” (6.2). Fue uno de los primeros libros impresos en vascuence. Miguel de Unamuno dijo en el Congreso de los Diputados en 1931 (18 septiembre) que el vascuence, como unidad no existía, que se trataba de un conglomerado de dialectos en que a veces no se entendían los unos con los otros. Señaló que sus cuatro abuelos eran, como sus padres, vascos; dos de ellos no podían entenderse entre sí en vascuence, porque eran de distintas regiones: uno de Vizcaya y el otro de Guipúzcoa.
El entorno orográfico montañoso y actividad económica, predominantemente ganadero-pastoril, de los habitantes de las Vascongadas propició históricamente un cierto aislamiento de la escasa población que históricamente habitó estas tierras. Lo que ayudaría a explicar el fraccionamiento por aislamiento rural de las hablas vascuences. Caro Baroja ha estudiado esta cuestión y pudo observar cómo se discutía a menudo respecto a qué habla pudiera ser la más “pura” y “perfecta” sin llegar nunca a una conclusión. A modo de ejemplo sobre contenidos de tipo ético en las valoraciones, cita casos de situaciones históricas como cuando se llegó a decir en el Este de Guipúzcoa que el vascuence hablado por la gente de fuera de aquellas comarcas - el vasco francés y el navarro concretamente - podía servir para “seguir la pista a gentes inficionadas de brujería y dadas a las malas artes”. Cita también Caro Baroja que conoció a una mujer en Vera del Bidasoa que se excitaba grandemente cuando oía hablar vascuence de otras comarcas, porque decía que los que lo hablaban solían ser brujos por lo general. Este sentimiento tribal, gentilicio, era muy común en el medio rural, aunque el urbano tampoco estaba exento de él.
El príncipe Luis Luciano Bonaparte Bleschamp (1813-1891) viaja extensamente en las zonas vascófonas de España y Francia en los años 1856 y 1857, publicando en 1869 en Londres un mapa de las siete provincias vascas mostrando la delimitación en aquel momento del vascuence y su división en dialectos, subdialectos y variedades dialectales. Realizó cinco viajes a las provincias Vascongadas y al Pays Basque francés para recoger datos y estudiar “in situ” las diferentes hablas, consiguiendo expresarse correctamente en el habla de cada lugar. Recogió gran cantidad de material lingüístico - principalmente traducciones del catecismo y pasajes de la Biblia - con la ayuda de varios colaboradores vascos, estableciendo los siguientes grupos de hablas vascuence en la cuarta división que propuso con 3 grandes grupos, 8 dialectos, 25 subdialectos y 50 variedades:
oriental (en territorio de Francia)
central
- laburdino o labortano (6.6) (en territorio de Francia)
- alto navarro-septentrional (6.7)
- alto navarro-meridional ( 6.8)
- guipuzcoano ( 6.9)
occidental
- vizcaíno
A partir de estos ocho grupos, el Príncipe enumera hasta 21 variedades, clasificación que ha sido ampliamente respetada, a veces refinada y ajustada, por la mayoría de los vascólogos. Pero ya mediado el siglo XVIII el P. Larramendi había señalado la existencia de las hablas suletina, labortana, vizcaína, navarra (con muchas variantes), alavesa y guipuzcoana.
En los tiempos actuales no parece que se haya dado nuevos empujes a estos estudios de las diferentes hablas vascuences en los tres criterios fundamentales:
* fonéticos, que reflejan variaciones de cierta importancia en la pronunciación de las mismas palabras.
* lexicológicos, que reflejan variaciones en el uso de palabras, y
* sintácticos, que reflejan variaciones en la acción o coordinación de las palabras histórico-territoriales, que tratarían de identificar la coincidencia territorial actual y antigua de las hablas o la evolución y emigración/inmigración de las hablas durante el tiempo.
Sobre este último criterio opina Caro Baroja que en la parte meridional de las Vascongadas, en Álava, parece que durante la Edad Media y la Edad Moderna hubo un dominio del habla vizcaína, una progresiva “vizcainización”. También piensa que pueda defenderse que los vascones serían los pueblos que utilizaron en su origen las hablas vascuence navarras. Serían los várdulos los que utilizaban las hablas vascónicas “guipuzcoanas” y los carístios los que hablaban el “vizcaíno”. Hoy parece suficiente distinguir dos grandes grupos: el vizcaíno o vascuence occidental y el centro-oriental en el que se incluirían el guipuzcoano, el labortano, el suletino y las hablas navarras.
Durante siglos, las ciudades fueron poco vascófonas, mientras que los caseríos dispersos en los medios rurales lo eran casi totalmente. Ello puede ser la principal razón de la importante fragmentación de las hablas vascónicas. En tiempos modernos, desde el siglo XIX, la inmigración masiva de obreros procedentes de otras zonas de España a los centros industriales, contribuyó a afianzar el uso urbano del español. En los primeros años de la década de 1980 el 31% de la población de las Vascongadas no había nacido en ellas. Solo el 4% de los no nacidos en el País Vasco lo hablaba habitualmente; empleaba el vascuence como lengua principal el 20% de la población y esa proporción se reducía al 5% en Navarra.
La Real Academia de la Lengua Vasca Euskaltzaindia (6.10), acordó en 1968 normalizar (6.11) el vascuence basándose en el grupo occidental vizcaíno, y fijó el "batua" - “vasco escrito unificado” o “lengua literaria común” -, vascuence normativo unificado, para las actividades públicas y la enseñanza, en un intento de frenar la evolución decadente y retroceso de la lengua y potenciarla para convertirla en vehículo transmisor de cultura, una capacidad que nunca había desarrollado a través de la historia y cuyo hecho explica, por encima de cualquier otra razón, su inexorable decadencia histórica. No fue el resultado de un proceso espontáneo de acercamiento de diferentes hablas - como ocurrió con la progresiva fusión de las leguas romance en la lengua española hasta el siglo XVI - sino el fruto de una planificación guiada por una institución lingüística e impuesta políticamente por vía legal como principal instrumento del “nacionalismo lingüístico”.
Un grupo de escritores de ambos lados de los Pirineos, había organizado en 1964 el Congreso de Bayona con el fin de elaborar un anteproyecto inmediatamente aplicable a diversas publicaciones. Esta reunión se convertiría en la referencia en materia de normas para muchos autores. En 1968 el grupo de Bayona se reúne en Ermua para pedir a la Academia que adoptase una postura oficial. Es en ese momento cuando se decide convocar el Congreso de la Academia en Aránzazu (3-5 octubre 1968), coincidiendo con sus “bodas de oro”. Tras la finalización de este Congreso el vascuence dispone del primer conjunto estructurado de normas para su unificación. Este primer proyecto trataba principalmente de la ortografía, morfología, declinaciones y neologismos. Allí se deciden las bases para la unificación lingüística tomando como punto de partida los trabajos de L. Michelena, quien había recogido los acuerdos de Bayona de agosto de 1964 y los de Ermua de junio de 1968. Esta propuesta de unificación tomaba como base el guipuzcoano-navarro y en segundo lugar, las variantes opcionales de los dialectos periféricos.
Desde 1963, la “Secretaría Vasca” había comenzado a reunirse con representantes de todos los “dialectos” con la mira puesta en dar vida al proyecto de unificación de las hablas vascuence y su capacitación para transmitir cultura escrita. Hasta ese momento la hegemonía político-cultural la tenía el llamado nacionalismo tradicional que no estaba por la labor de acometer la unificación lingüística, pero hubo de ceder ante la presión de los representantes de la nueva “literatura vasca”. Los objetivos políticos acabaron así primando sobre los tradicionales académicos de conservación lingüística. Las ideas sobre la ambicionada unificación política de un Euskal Herria determinaron los pasos para acometer la unificación de la lengua literaria común y poder así llevar a cabo la enseñanza en un vascuence unificado. La tesis académico-tradicionalista que se oponía a una unificación lingüística que traía consigo el concepto de “nación” frente al de “localismo”, quedaría arrinconada por la supremacía de las tesis políticas independentistas que necesitaban extender la nueva “lengua unificada” como principal estrategia política del nacionalismo vasco. Y aunque la propia Academia revocó en Vergara en 1978 algunos de los acuerdos anteriores de unificación lingüística, la instalación del batúa fue decididamente apoyada por los gobiernos de la Comunidad Autónoma del País Vasco que llegaron con la Constitución de 1978 y el posterior Estatuto Vasco.
Los académicos que se oponían a la creación del batúa no habían querido que la Academia creara nuevas palabras o neologismos ya que opinaban que esta tarea incumbía al pueblo y a los escritores. Opinaban también que el batua sería un pseudo-dialecto alumbrado más por intereses políticos que por cualquier otra razón. Y temían que la introducción del batua con apoyo oficial necesariamente haría morir definitivamente las “variedades dialectales” (6.12), las únicas que merecerían el respeto de los lingüístas e historiadores, por su autenticidad popular y trayectoria histórica ininterrumpida (6.13). Consideraban que el batúa sería una lengua artificial, oficialista, difícil de amar y que podría por ello estar condenada a morir sin que entonces pudieran ya rescatarse la variedades dialectales históricas. Se constata al acabar el siglo XX que la “transmisión natural” de hablas dialectales en el entorno familiar ha desaparecido en prácticamente todos los lugares, ya que la modalidad unificada del batua se ha impuesto en las escuelas, lo que ha alejado el habla de los niños de la de sus padres o abuelos (6.14).
El latín, y luego las lenguas romance hispánicas, tuvieron el doble activo de ofrecer al pueblo versiones cultas y vulgares. Fueron como el vascuence "linguae rustica" y además, y no así el vascuence, vehículos constantemente perfeccionados de transmisión escrita de cultura. El vascuence adoleció siempre de este segundo elemento. No transmitió cultura escrita literaria (6.15) y ya era muy tarde, en siglo XIX, cuando los sentimientos nacionalistas quisieron despertarlo. Miguel de Unamuno opinó en los primeros años del siglo XX que el vascuence había muerto y merecía un funeral. Y lo decía porque opinaba que ya no podría competir con lenguas más evolucionadas y perfeccionadas en la tarea de transmitir cultura en una sociedad cada vez más concentrada en grandes urbes. Unos 30 años más tarde, en la tribuna del Congreso de los Diputados (18 septiembre 1931), recordaba Unamuno la gran conmoción que produjeron sus palabras al principio de siglo, cuando dijo a sus paisanos:
“que el vascuence estaba agonizando, que no nos quedaba más que recogerlo y enterrarlo con piedad filial, embalsamado en ciencia. (…)
Hoy continúa eso, sigue esa agonía; es cosa triste, pero el hecho es un hecho, y así como me parecía una verdadera impiedad
el que se pretendiera despenar a alguien que está muriendo, a la madre moribunda, me parece tan impío inocularle
drogas para alargarle una vida ficticia, porque drogas son los trabajos que hoy se realizan para hacer una Lengua
culta y una Lengua que, en el sentido que se da ordinariamente a esta palabra, no puede llegar a serlo”.
Fue clara la oposición de Unamuno a la creación de una nueva lengua normalizada: “por querer hacer una lengua artificial, se ha hecho una especie de “volapuk” perfectamente incomprensible. Porque el vascuence no tiene palabras genéricas, ni abstractas y todos los nombres espirituales son de origen latino, ya que los latinos fueron los que nos civilizaron y los que nos cristianaron también”.
Finalmente, el intento de la Real Academia de la Lengua Vasca en 1968 para crear el batúa, una lengua uniformadora de las distintas hablas vascas, vino a colmar, aunque muy tarde, la indisponibilidad histórica del vascuence para transmitir cultura escrita.
Si bien a nivel lingüístico la creación del “batua” debe considerarse negativamente al haber fagocitado inexorablemente las hablas dialectales ancestrales, a nivel político ha sido el mayor éxito cosechado por el nacionalismo vasco desde su aparición en la escena política a finales del siglo XIX. El vascuence, de haber sido históricamente solo un “habla”, ha pasado ahora a constituir una verdadera “lengua”, con todos los elementos que se precisan para constituir un “idioma”. La fijación de esta lengua no habrá sido sin embargo por el recorrido evolutivo de su muy escasa literatura escrita a través de la historia, sino por ley, decreto y orden impuestos políticamente a la sociedad. Ayudado por la deslumbrante introducción de la informática en el sector editorial a finales del siglo XX, las bibliotecas vascongadas han podido llenarse en muy poco tiempo - no sin una impresionante contribución presupuestaria de los gobiernos nacionalistas - de todos los libros ahora disponibles en batua. En muy poco tiempo, un tiempo realmente “record”, se ha conseguido dotar al sector de la educación y enseñanza (6.17) de todo el utillaje que nunca tuvo en lo que ahora se ha convertido en una lengua transmisora de cultura escrita. Los “decretos” y los “presupuestos” han conseguido en muy poco tiempo - coincidiendo no casualmente con la ayuda inestimable de la violencia desencadenada por ETA - dotar al nacionalismo vasco de “identidades propias lingüísticas” y “hechos diferenciales”, que la historia no había conseguido realizar. La primera piedra de base para sustentar la nueva “nación vasca” ha sido instalada. Es el batúa y con él, un nuevo “nacionalismo lingüístico”, principal arma del proselitismo separatista.
En nuestros días, el nacionalismo vasco ha preferido explicar la decadencia del vascuence, que provocó la creación del batua, como el resultado de una política deliberada de genocidio lingüístico de los gobiernos centrales de España y de Francia y en particular del franquismo. Nada más incorrecto histórica y lingüísticamente. José Mª Satrústegui, prologando a Jimeno Jurío, ha alimentado, entre otros, esta percepción victimista cuando dice:
“la política represiva seguida contra el euskera en Navarra a partir de la conquista del viejo reino por las
tropas castellanas, pasó de la vieja marginación oficial, al acoso institucionalizado (...).
El fenómeno irreversible del retroceso lingüístico en esas zonas de la geografía foral es la sombra que se cierne
en la perspectiva histórica del imperialismo foráneo, que atentó frontalmente contra nuestro legado cultural (...) “.
Y “la siembra laboriosa de inquietudes nobles, llevada de la mano de intelectuales prestigiosos, invernó en el surco traumático
regado con sangre y resabiado por turbia tormenta de odios en vendavales de confusión”.
Aunque el mismo Satrústegui reconoce sin embargo que en la década de 1950 hubo en Navarra una campaña positiva de apoyo al vascuence por parte de la Diputación Foral - desde la Sección de Fomento del Vascuence - que instituyó premios escolares a los niños vascohablantes, a la reanudación de fiestas vascas y el relanzamiento de concursos de bersolaris, adelantándose así Navarra a cualquier iniciativa similar en las provincias Vascongadas.
La contrapartida negativa del éxito político del batúa es la desaparición casi instantánea de los últimos rescoldos que quedaban de variedades “dialectales” de hablas vascuence. Condenadas éstas irremisiblemente a su total y definitiva desaparición, no puede pasar desapercibido que el respeto al batúa no podrá ser el mismo que el que los estudiosos han venido teniendo a las hablas vernáculas. Tanto más cuanto que la muerte de éstas, su final en la historia, se deberá al parto de este “batúa” gestado con fines políticos para la creación de una “nación vasca”, algo que sería imposible de concebir sin la disponibilidad de una lengua escrita unificada.
También puede ocurrir en el futuro en la sociedad lo que ya se observa en los patios de recreo de los colegios, que el batúa se establezca como lengua oficial de cultura y uso en las administraciones públicas y en la enseñanza, mientras que el español y el francés queden relegados a la función de comunicación oral que tuvieron las hablas vascas históricamente: la lengua del pueblo.