Capítulo 7 :   Navarra en el siglo X

4 los monasterios, foco de cultura y de repoblamiento

Cuando el rey navarro Sancho I Garcés (865-905-925) se apodera en el año 923 de la codiciada fortaleza fronteriza de Viguera, manda construir en acción de gracias al Señor un monasterio dedicado a San Martín, surgiendo así una sede cultural con una comunidad de 200 monjes e importante biblioteca. De allí nació el Codex Vigilanus. Su autor fue Vigila, monje benedictino que recopiló documentos conciliares de los primeros siglos, antiguos manuscritos, biografías de reyes godos y relatos del Reino de Asturias hasta el año 883.

En el monasterio de Albelda el monje Vigila con la colaboración de Sarracino y García escribe en el año 976, época de Sancho II Garcés “Abarca” (935-970-994), el denominado Códice Vigiliano o Albeldense que constituye uno de los textos fundamentales para el conocimiento de la historia y derecho de aquella época. Especialmente la crónica que comienza precisamente en el año 905 relatando el reinado de Sancho I Garcés hasta la fecha en que fue escrito.


Lo anterior es dicho a modo de ejemplo para mostrar la intensa actividad que desarrollaron los monasterios con la ayuda y protección de los reyes navarros en el siglo X, tras las campañas de reconquista llevadas a cabo por Sancho I Garcés en el valle del Ebro. Este rey había ya comenzado una política de favorecer a la Iglesia y ayudarla en su desarrollo institucional. Sus predecesores habían comenzado esta labor desde que, después del año 824, conocieron lo que los carolingios habían aportado en el condado de Aragón, en el que San Pedro de Siresa era un ejemplo a seguir.

Se instaura así paulatinamente una iglesia regional integrada por una pléyade de monasterios. Se conocen al menos 28 creados entre los siglos IX y X desde Pamplona al Pallars, así como varios más del siglo X en la "tierra de Nájera" sometidos a la influencia de los reyes navarros y con apoyo a veces de los propios condes rebeldes castellanos. Algunos son importantes y reciben un firme apoyo desde el poder, como en San Millán de la Cogolla. Surgen muchos otros como expresión de las necesidades de orden patrimonial o funerario de familias nobiliarias locales.


A principios del siglo IX la única sede episcopal se halla en la también única "civitas" de tradición antigua, Pamplona, cuyos obispos - Opilano, Guilesindo y Basilio (hasta el 921) - tienen nombres sin relación con la onomástica vascona, circunstancia que sugiere que estos personajes estaban integrados de manera deficiente en la esfera de poder de las dinastías gobernantes. Sancho I Garcés introduce cambios que pretendían resolver este problema que lastraba el desarrollo del poder real. En el año 922 coloca a Galindo como obispo de Pamplona y crea tres nuevas sedes o más bien designa a tres nuevos obispos: Sisuldo de Calahorra - cuya sede se fusiona enseguida con Nájera -, Teodorico de Tobia - donde ocurre algo parecido - y San Adrián de Sásave, un pequeño monasterio aragonés. Estos dignatarios procedían también de medios mozárabes, pero la lista de los sucesores del obispo Ferriolo de Sásave, por ejemplo Fortun, Ato, Oriol, Ato (II) y Blasco, indica que tras él los obispos son elegidos en el seno de la nobleza navarro-aragonesa y por ello se puede observar su integración en la corte real navarra.

La pobre estructura urbana del territorio y las deficiencias en la captación de rentas no colocaba a la Iglesia en posición de privilegio. La ausencia de diezmos antes del último cuarto del siglo XI explica algunos rasgos de la Iglesia navarro-aragonesa en esta fase inicial de expansión. Se constata ante todo la debilidad de las iglesias locales y el escaso interés que provocan tanto entre los nobles como entre los propios obispos.

Al reconquistar los territorios riojanos Sancho I Garcés emprende una política de repoblación que será continuada por sus sucesores. Las continuas guerras y conflictos en la región durante el siglo IX y las numerosas “acefias” que ocurrirán tras la reconquista en el siglo X habían propiciado una huida constante de pobladores. Tras la reconstrucción del castillo de Nájera por Sancho I Garcés, éste lo entrega con sus tierras a su hijo el príncipe García Sánchez. Y tras fallecer su padre, la reina-viuda Toda propiciará en su regencia numerosas donaciones a diversos monasterios que son de nueva fundación o que van a ser revitalizados tras la reconquista.

Los reyes navarros han concebido una política inteligente de repoblación a través de núcleos guiados por los monasterios los cuales se convertirán así, no solamente en instrumento de cristianización y de fuente de empleo agrícola o artesanal para los nuevos pobladores llegados, sino también y de forma muy importante, en instrumento de irradiación cultural como si de “universidades” de la época se tratara. Los reyes otorgan numerosas e importantísimas donaciones a estos monasterios para que pudieran crear una sólida base económica que les permitiera llevar esas tareas, además de muchas otras de orden civil como la gestión de enterramientos, hospitales o educación que la inexistencia de un “Estado” estructurado no permitía a los reyes llevar directamente estas misiones. Y de esta política surgirá un reino navarro que tomará del de León-Asturias el liderato en la Hispania cristiana de la época, lo que se pondrá en evidencia tras la muerte de Almanzor y el comienzo de la “fitna”, con el reinado de Sancho III Garcés“el Mayor” (1004- 1035).