Capítulo 1 : Los vascones y las tribus cántabras
2 vasconización y romanización de las tribus cántabras
Ver. "La Lengua en el Crisol Navarro: influencia de la lengua y la cultura de Roma"
Sin embargo, la huella vascona que hoy día perdura en las provincias vascongadas, que actualmente han formado la Comunidad Autónoma Vasca, es prueba evidente de que en algún momento de la historia los originarios vascones -- los navarro-aragoneses pirenaicos -- hubieron de haber penetrado en las actuales provincias vascongadas sojuzgando o expulsando de allí a los originarios pueblos cántabros (várdulos, autrigones y caristios). Caro Baroja sitúa ese empuje de los vascones hacia el Occidente en el siglo V ó quizá en el VI, cuando consta que los vascones estaban también establecidos - quizá desde épocas remotas - en las Galias. San Gregorio de Tours, Fredagario Escolástico y otros escritores de la época nos dicen que hacia el año 581 los vascones-gascones estaban establecidos en algunas regiones de la Novempopulania y las Aquitanias y que con otros pueblos aquitano-gascones derrotaron en diferentes batallas a los duques enviados por Chilperico, rey de los francos. Estos gascones eligieron un duque para que les gobernase y ese territorio es el que se llamó Gascuña..
La entrada de vascones navarro-aragoneses y aquitano-gascones en tierras pobres, muy poco pobladas, habitadas anteriormente solamente por tribus cántabras (autrigones, várdulos y caristios) acaeció con toda probabilidad durante el período de anarquía que siguió a la caída del poder romano en España y pudo ser el resultado de la presión ejercida sobre ellos por los ejércitos godos. Ante el vacío de la autoridad romana, surgen bandas armadas que irrumpen en el valle del Ebro. Son los “bagaudas” que Sánchez Albornoz identifica con tribus vasconas, varias veces derrotadas por las tropas de Roma. Era la época de los grandes corrimientos de pueblos en toda Europa, fenómeno magnificado en Hispania. Los vándalos habían recorrido la Península antes de instalarse en África; los suevos, antes de instalarse en Galicia, habían campado en extensas zonas de Hispania. En el año 541 cuatro reyes francos habían cruzado los Pirineos, entrando en Pamplona en ruta hacia Zaragoza. Es bien probable que todos estos movimientos de gentes hubieran acentuado o provocado el movimiento de vascones hacia el solar de várdulos, caristios y autrigones.
Al entrar los vascones en las actuales provincias vascongadas empujan hacia Castilla a una parte de los várdulos y caristios 2). Así Caro Baroja, con el apoyo de Sánchez Albornoz y de otros muchos historiadores, etnógrafos y antropólogos, reconoce como segura la vasconización del solar de esos pueblos cántabros en un momento de la historia en que los vascones navarro-aragoneses de los pirineos habían ya recibido la romanización. Consecuentemente, los vascones pirenaicos, cuando vasconizan el solar de las tribus cántabras - las Vascongadas -, se habían convertido en agentes de la romanización. De forma que - y esto es muy interesante - los antepasados de los actuales habitantes de las provincias vascongadas no fueron romanizados por agentes romanos de colonización, sino que recibieron la romanización directamente de los vascones pirenaicos tras haber sido éstos anteriormente romanizados.
Al igual que cada tribu hispana al aceptar la supremacía del latín, Navarra vio desarrollarse su propio dialecto romance y las tribus vasconizadas a partir del siglo V-VI crearon asimismo sus propios dialectos de hablas vascuence, diversidad que se ha conservado hasta la reciente creación del "batua" en los valles de la Comunidad Autónoma Vasca y del pirineo navarro. El fenómeno ocurrido es interesantísimo y muy poco estudiado: los vascones navarro-aragoneses del pirineo llevan a las Vascongadas su propia herencia temperamental vascona y al mismo tiempo sus reliquias de iberismo remoto y de su reciente romanismo. Al revés que los cántabros del litoral - que se sabe ofrecieron feroz y prolongada resistencia a Roma - los vascones pirenaicos (vascii del norte y navarri del sur) aceptaron sin demasiada lucha la presencia romana con lo que su romanización comenzó inmediatamente. Quizá las novelas de Navarro Villoslada dan otra cuenta de los acontecimientos que no se corresponde con la historia.
Cabe no obstante plantearse si, quizá, no se encuentre precisamente ahí, en esa coincidencia o simultaneidad del avance o penetración de dos culturas en las tribus originarias cántabras de las Vascongadas, la raíz de la inexistencia a través de la historia de una “sociedad” vasca cohesionada con uniformidad de identidad.
provincias y calzadas romanas
A tenor de lo expuesto, Sánchez Albornoz hila su original conclusión: “quienes hoy se llaman vascos - en verdad están vasconizados y de ahí su apelativo secular de “vascongados”- no son, mal que les pese, sino españoles todavía no romanizados de forma integral. Ellos mantienen aún viva la lucha iniciada contra Roma por Indibil y Mandonio”. Y concluye Sánchez Albornoz “Y Castilla prosigue aún la medieval aventura iniciada por Fernán González contra lo occidental, es decir, de la revancha contra Roma”. O sea, tenemos hoy día unas provincias vascongadas todavía en busca de una entidad unánimemente compartida por sus habitantes y una España aún lejos del progreso europeo al que dio su espalda durante demasiado tiempo.
calzadas romanas
Y puesto que el mayor logro o contribución de la cultura de Roma fue el haber llevado a cabo una tajante distinción entre lo religioso por un lado y la regulación jurídico-civil de la sociedad por el otro - lo que constituye hoy en día la base necesaria de los sistemas democráticos occidentales -, ¿pudo la sociedad vascongada haber quedado menos dotada que otras en España, por su menor romanización, para las prácticas democráticas?. Y como efecto de la menor y tardía romanización, vehículo éste a su vez de la cristianización, ¿sufrió la sociedad vasca un retraso importante en su cristianización? ( 3 ).
Y así también puede observar Caro Baroja la congruencia de lo expuesto al comprobar que numerosos nombres de lugar de tipo vascónico que aparecen en las Vascongadas - nombres que naturalmente fueron importados por los invasores vascones del Pirineo - se forman de ordinario con el sufijo “ain” - también común en Francia - lo que Caro Baroja cree es el resultado de la romanización de esos territorios, antes cántabros. En efecto, los numerosos topónimos en ain, ano, ana, ona e in - erróneamente tenidos por vascones - responden al sufijo latino an, anus, anum, característico para formar la denominación de un fundus a partir del nombre del propietario. Así en ain, Belascoain (Belasco), Guendulain (Guendulo), Amillano (Emilius), Paternain (Paternus), Muniain (Munio), Amatriain (Emeterius), Senosiain (Sinesius), Burutain (Brutus), Marcalain (Marcellus) ( 4 ). En ano, Amillano (Emilius), Galdacano (Galdus), Atano y Ataun (Atilius). En ana - más típico de Alava - Barberana (Barbarus), Leciñana (Licinio), Casterana (Castor). En ona, Letona (Letius), Lemona (Lemonius). Lo mismo ocurrió en las Galias.
La diversidad de topónimos de estirpe vasca con que uno se tropieza en La Rioja y en Castilla atestigua una evidente diferencia en la fecha de la colonización de ambas zonas por parte de los vascones pirenaicos navarro-aragoneses. Como se ha dicho antes, la colonización - la vasconización - de las actuales provincias vascongadas habría acaecido en el siglo V-VI. La de La Rioja lo habría sido en el siglo X cuando, postergada la primera dinastía “Iñiga” del reyno navarro, la recién instaurada dinastía de Sancho I Garcés (905–925) reconquista en el año 923 una parte importante del actual territorio de La Rioja a los muladíes Banu Qasi y puebla la Castilla Oriental.
Después de su vasconización, la nueva Vasconia, el territorio a menudo llamado actualmente “País Vasco” - una denominación importada a finales del siglo XIX de los territorios del pirineo francés -, aislado con actividad pastoril en su pequeño territorio nacional, pudo convertirse en un sagrado reservorio de “vasquismo”, aunque continuó integrando el embrión de España bajo la influencia de los reyes asturianos. A lo largo de las cinco centurias que siguen a su vasconización, el territorio resistió algunas veces las acometidas sarracenas, como también las resistieron cántabros, asturleoneses, gallegos, navarros, aragoneses, catalanes y otros condados y valles pirenaicos.
Hispania tras la división de Diocleciano
Entretanto, Navarra, menos cerrada que las Vascongadas, más en perpetuo contacto con las gentes del valle del Ebro - un río navegable hasta cerca de Logroño, lo que permitía la entrada rápida y constante de culturas mediterráneas - y en uno de los caminos de comunicación entre Hispania y la Galia, era arrasada por el torbellino de la historia islámica de España. En Navarra hubo una simbiosis con los “renegados” del valle del Ebro - los Banu Qasi de los que nos ocuparemos más adelante - una familia originaria del valle del Ebro, estrechamente emparentada con la primera dinastía de los Aristas y que vivía de ordinario, pero no siempre, en paz con los emires de Córdoba. Y fue preciso el llamado “golpe de estado” del año 905 en Pamplona - apoyado por Alfonso III “el Magno” de Oviedo y seguramente por el conde de Pallars - para que en Navarra empezara a reinar una nueva dinastía, fiel aliada de los soberanos de Asturias y León en la lucha contra los musulmanes.
Así iniciaron y así siguieron rumbos separados el crisol de culturas que es Navarra y los territorios vascongados, lo que no impide la aparición actual de ciertas tesis que afirman que, anteriormente a la dominación romana, Pamplona era ya la capital de un territorio imaginario que hoy se da a conocer como Euskalherria, tesis que no ha encontrado apoyo por parte de historiadores o antropólogos de reconocido prestigio. El mismo Caro Baroja, que en la transición democrática de la década 1970 había dado su apoyo al frente autonómico vasco, muy discretamente pero decididamente, llegó a una ruptura definitiva con quienes propugnaban esas tesis deformadoras de la historia, e incluso se alejó de la Universidad del País Vasco donde había ocupado desde 1980 una de las cátedras extraordinarias que esa institución había creado para incorporar a su claustro a algunos intelectuales de indiscutible valía.