Capítulo 2 : Orígenes históricos del Reyno de Navarra
Pese a algunos empeños en identificar a la Navarra actual exclusivamente con un substrato vascón, por la sangre de los navarros, como por la de muchos otros pueblos de España, corre sangre de muy diversos pueblos. Pueblos establecidos en su territorio durante muchos, demasiados siglos como para que dejaran de influir en su etnia, en su carácter, en su lengua y en sus costumbres. Sin ir tan lejos como Atapuerca, lo cierto es que vascones, celtas y celtíberos, romanos, visigodos, musulmanes, francos y judíos, llenan grandes períodos de la historia de Navarra.
1. un tronco común para las dinastías autóctonas
2. el solar familiar de los “Iñigos”
3. una monarquía electiva independiente
4. el primer rey Iñigo Arista
3. una monarquía electiva independiente
Es de mayor relevancia comprender la motivación que condujo al establecimiento de una unión política alrededor de una monarquía, seguramente electiva al principio y hereditaria después.
Y sin duda fue esa motivación la necesidad de organizar una resistencia pirenaica a los embates sarracenos, como ocurriera en Asturias. Los difíciles valles del Pirineo habrían servido así de refugio a algunos rebeldes vascones hasta convertirse en tierras de libertad para los cristianos, probablemente con ayuda, primero de la corte carolingia y luego de los pamploneses.
Y en este intento de explicar lo sucedido, pueden estar en lo cierto quienes piensan que notables refugiados hispano godos, profundamente romanizados - ya entonces de convicciones cristianas desde que Recaredo abandonada en el año 589 la herejía arriana - y que no quisieron capitular y someterse a la dominación musulmana, se habrían refugiado en las montañas de Asturias y en los altos valles de los Pirineos. Habrían sido precisamente estos godos quienes más habrían contribuido a organizar, juntamente con los vascones del pirineo navarro-aragonés, esa última resistencia en montañas de difícil acceso.
Si antes de la llegada de los musulmanes debieron de existir diferencias importantes en lo económico-social y religioso entre los valles pirenaicos y el valle del Ebro, estas diferencias se habrían acentuado con la llegada del Islam. Mientras en las tierras llanas y fértiles del Ebro - siempre abiertas a la llegada de nuevas culturas al borde de un río Iber navegable - las gentes se sometían por capitulación a los nuevos dominadores, aceptaban la nueva religión del Islam y tomaban parte activa en sus luchas partidistas, los cristianos del norte se replegaban en sí mismos distanciándose cada vez más de las gentes del sur al acentuar sus diferencias. La aceptación de la religión del Islam suponía para los pobladores del valle del Ebro - los “renegados” - una mejora en su posición social y económica. Para los cristianos disconformes del norte, negarse a pagar el tributo era una afirmación de independencia política. Durante el siglo VIII la frontera entre ambos grupos sería fluida e imprecisa.
Sean cuales fueren las circunstancias y motivaciones del nacimiento de esa monarquía autóctona en Navarra, interesa señalar aquí que, contrariamente a la apuesta que hacen las tribus cántabras de los autrigones, caristios y várdulos - ya por entonces vasconizadas - de unir sus esfuerzos bajo influencias de la naciente monarquía cántabro-astur, los pobladores vascones de los territorios navarro-aragoneses del Pirineo deciden ser dueños de su propio destino en una organización política autóctona que finalmente alumbrará también una monarquía que perdurará durante largos siglos. No participan en ello los vascongados instalados en los antiguos territorios de las tribus cántabras. No sería por consiguiente coherente - y no lo avalaría la historia - pensar que en el surgir del Reyno de Navarra hubiera habido una motivación de preservar una pretendida “identidad cultural vascona” ya que de haber sido así, los ya vasconizados de Vizcaya, Álava y Guipúzcoa hubieran también participado en tan bella aventura de la formación del Reyno de Navarra.
Y en esto, la instauración de un poder político en Navarra constituye una novedad fundamental en la historia de las poblaciones vasconas del Pirineo, que toman un rumbo histórico muy diferente al seguido por los pobladores vasconizados de las actuales provincias de Vizcaya, Álava y Guipúzcoa. Narbaitz señala que es la primera vez que aparece un poder verdaderamente organizado, una fuerza política con un fuerte entronque vascón, aunque probablemente no único, cuyos límites territoriales ya tendrán poco que ver con su poco conocida historia anterior. Ningún historiador, antropólogo o etnógrafo nos habla de la formación de una monarquía autóctona pirenaica cuya motivación fundamental y excluyente hubiera sido preservar incólume la pureza de una cultura vasca - una raza, una lengua, unas costumbres, una cohesión social - míticamente heredera del goce de libertades ancestrales. Los hechos históricos no avalarían esas tesis.
Caro Baroja tiene ideas interesantes a este respecto.
Partiendo de la semejanza del alzamiento del rey en su escudo en Navarra con la costumbre germánica importada por los visigodos y otros pueblos centroeuropeos, se pregunta qué conexión puede haber entre las leyes y usos de los descendientes de los antiguos vascones y los de los descendientes de los germanos, o sea los godos. Y observa Caro Baroja que en el Fuero General que se dio Navarra en el siglo XIII en tiempo de Teobaldo I (1201-1234-1253) existe un prólogo enigmático, por lo arcaizante - prólogo que también se encuentra en el de Tudela y en el de Sobrarbe que fue su inspirador - en el que se dice que la institución real les llegó a los habitantes de nuestras zonas pirenaicas, no sometidas a los musulmanes, por consejo de Roma y de “ombres de grant justicia” de Lombardía y de Francia, que los veían envueltos en rencillas.