Capítulo 9 : La unión personal de Aragón y Navarra 1076-1134
Con el regicidio de Peñalén la unión de Aragón y Navarra facilitó las condiciones requeridas para emprender acciones determinantes de Reconquista.
La conjunción de recursos humanos, militares y económicos de Aragón y Navarra, que en vida de Sancho IV “el de Peñalén” no se hubieran fundido en un objetivo común de lucha contra el Islam, lo harán ahora bajo un cetro común de los dos reinos bajo mando aragonés. Sancho IV había llevado una política de pactos y componendas con el reino moro de Zaragoza. Sancho I Ramírez, que no hubiera podido antes intentar acercarse a las fértiles tierras del Ebro dominadas por los moros, está ahora en condiciones de utilizar las tropas aragonesas y el organizado ejército navarro que había dejado Sancho el Mayor y cambiar el objetivo de mantenimiento de estabilidad fronteriza para lanzar abiertamente campañas de Reconquista.
La iniciativa de la Reconquista está ahora en el norte de la Península, en manos de los reyes de Aragón y Navarra. Su ánimo reconquistador es admirable y solo comparable al de Castilla. Numerosos nobles navarros acompañan a su rey aragonés en las luchas contra los musulmanes aunque Navarra, como reino, pasa a un segundo plano y se enriquece con todas las influencias de los logros de sus reyes aragoneses.
La expedición de Barbastro del año 1064 puede considerarse precursora de las cruzadas europeas a Tierra Santa de finales del siglo XI y en ella participaron, llamados por el Papa y animados de ideales religiosos, nobles que provenían de todo el ámbito franco, catalanes, normandos, aquitanos y borgoñones. En el año 1068 Sancho I Ramírez - inducido por la percepción del creciente poder del Sumo Pontífice que se ha puesto en evidencia por el éxito de su convocatoria para la conquista del Somontano de Barbastro - peregrina a Roma y entabla una relación privilegiada con la Santa Sede convirtiéndose en “vasallo de San Pedro”. Después del intento de Barbastro, Graus, Ayerbe, Monzón, Luna, Castelar y otras plazas caen en poder cristiano. Incluso se llega a amenazar a los moros de Huesca. La división de la taifa de Zaragoza a la muerte de al-Muqtadir (1082) favoreció las campañas bélicas de Sancho Ramírez que además de ampliar su territorio y obtener nuevos vasallos, le supuso conseguir nuevas “parias” de los musulmanes.
Al promulgar el fuero de Jaca (1077), de inspiración ultrapirenaica, consiguió atraer numerosos francos que vinieron a establecerse en el reino aragonés desarrollando un núcleo comercial y artesanal y convirtiendo a Jaca en la principal ciudad del reino cristiano aragonés, con su sede episcopal.
Tras el éxito inicial de la cruzada aragonesa del Somontano, Sancho Ramírez había infeudado su incipiente reino en poder del papado de Roma:
"cuando tenía veinticinco años,
por deseo de Dios acudí de buen grado ante la morada en honor de San Pedro
y entregué mi reino
y a mí mismo
a Dios y su potestad para servirle"
Aragón había sellado así una alianza con el papado (1)
"imperando nuestro señor Jesucristo y
por su gracia
yo Pedro
hijo del rey Sancho"
y este vasallaje confería a los reyes aragoneses un excepcional refuerzo de legitimidad en el ejercicio del poder. A la par que les protegía de las amenazas de los magnates catalanes - que en ocasiones se habían aliado con los moros para atacar sus territorios - y contrarrestaba el poder del reino castellano que todavía protegía la "taifa" de Zaragoza para obtener “parias” y contener así la expansión hacia el sur y sureste del reino de Aragón. Esta alianza con Roma lleva también consigo la adopción del ritual romano de la reforma gregoriana que también propugnan los cluniacenses. Se acentúa así una profunda europeización de las formas culturales de la Iglesia aragonesa que provenían de un ya lejano pasado visigodo.
Sancho Ramírez apoya decididamente el desarrollo de la ruta “tolosana” del camino de Santiago patrocinando la construcción o mejora y decoración escultórica y pictórica (Bagüés, Navasa) de numerosas iglesias y ermitas románicas entre las que sobresale la catedral de Jaca. Y dotando al camino de puentes, hospitales, hospederías y otros puntos de atención al peregrino.
La unión entre los dos reinos en el año 1076 durará 58 años hasta el año 1134 en que muere Alfonso I el Batallador y cada reino tendrá de nuevo su propio rey. Sancho I Ramírez era el primogénito de Ramiro - y por lo tanto nieto de Sancho III “el Mayor”- y había heredado el condado de Aragón a la muerte de su padre en el año 1063. Tras su muerte el año 1094 serán reyes de Aragón y de Navarra sus dos hijos Pedro I (1069-1094-1104) del primer matrimonio con Isabel de Urgel y Alfonso I “el Batallador” (1073-1104-1134) del segundo matrimonio con Felicia de Roucy. Durante ese período, las conquistas sobre los musulmanes se anotan principalmente para el reino de Aragón, que se extiende imparable de manera que asombra a todo el mundo cristiano. El reino de Navarra solamente contabiliza las conquistas en la comarca de la Ribera del Ebro.
En el año 1084 Sancho Ramírez conquista las fortificaciones de Arguedas atacándola desde las Bardenas. Más tarde toma el castillo de Cadreita (1093) y su hijo Pedro I la peña de Milagro (1098). Estas conquistas habrían de preparar la posterior de Tudela el año 1119. Es la época en que Alfonso VI de Castilla conquista Toledo (1085), desde donde se prepara para conquistar Zaragoza con el claro intento de adelantarse a Sancho Ramírez y mantenerlo enclavado contra las montañas del Pirineo. Lo que no conseguiría pues será finalmente su hijo Alfonso I el que tome Zaragoza en 1118 para la España cristiana. La llegada de los almorávides por el sur obligó al rey castellano a cambiar sus planes teniendo incluso que solicitar la ayuda navarro-aragonesa para contenerlos. En esa ocasión, en el año 1087, se fijan entre Sancho Ramírez y Alfonso VI sus respectivas jurisdicciones, confirmándose el reparto de territorios navarros llevado a cabo tras el fratricidio de Peñalén (1076) a que se ha hecho antes referencia.
muerte de Sancho Ramírez
rey de Aragón y de Navarra
en el sitio de Huesca
En el año 1096 Pedro I toma también Huesca (2) y finalmente Barbastro (1100), con sus respectivas comarcas musulmanas, dejando preparado el camino para la conquista de Zaragoza. La conquista de Huesca permitió a los reyes de Aragón salir por fin de los estrechos territorios pirenaicos y ampliar sus dominios por las tierras del Somontano aragonés, lo cual constituyó un paso previo para la conquista de las fértiles tierras del valle del Ebro.
El 15 de julio del año 1099 los cruzados francos toman al asalto Jerusalén y la repercusión emocional de este hecho sacude la cristiandad en Europa, lo que no habría pasado inadvertido en el reino de Aragón, el aliado del papado. Pedro I, que en el año 1101 quiso haber tomado la cruz para ir a la cruzada, se encuentra entonces inmerso en el desafío de la conquista de Zaragoza lo que no le permitió ausentarse del reino. Todavía el valle del Ebro es musulmán de Arguedas a Tortosa.
Alfonso I el Batallador sucede a su medio hermano consanguíneo Pedro I en el año 1104. Al año siguiente toma de los moros Ejea y Tauste (1105). Los almorávides son ahora una fuente constante de peligro, lo que se agrava en el año 1109 con la muerte de Alfonso VI de Castilla, dejando este reino sin sucesión masculina. Su hija Urraca, viuda de Raimundo de Borgoña desde el año 1107, hereda el reino castellano y en segundas nupcias casa con Alfonso I el Batallador, matrimonio que ya había sido concertado en vida de su padre Alfonso VI (3). Además de su nueva ocupación por los asuntos de Castilla, Alfonso recibe en 1109 el encargo del conde Bertrand de Toulouse de proteger su condado durante su ausencia en las Cruzadas y también en el año 1112 del vizconde de Béziers. Estas circunstancias y los embates almorávides contra Castilla, detienen temporalmente los intentos reconquistadores de Alfonso el Batallador en el valle del Ebro. En el año 1110 los almorávides se hacen con el poder en Zaragoza, lo que llevará la “guerra santa” al valle del Ebro.
Tras repudiar a la reina Urraca, Alfonso conserva para el reino navarro antiguos territorios perdidos en ocasión del regicidio de Peñalén (1076), los territorios de La Rioja, Álava, Vizcaya y una parte de la Bureba.
Hacia el año 1116, Alfonso el Batallador se encuentra organizando la toma de Zaragoza. Los conflictos entre los recién llegados almorávides y la dinastía Hudí proporciona la ocasión. Tras el éxito de la liberación de Jerusalén en el año 1099, las técnicas militares de asedio han sido modernizadas y se introducen - con notable aporte del vecino vizconde Gastón de Bearn - nuevos equipamientos mejor preparados para el asalto de las fortalezas.
Las peregrinaciones a Santiago de Compostela han llegado ahora a la categoría de las de Roma o Jerusalén y el papa Pascal II (1099-1118) las anima más que nunca. En la ruta oriental, Toulouse es la llave de paso hacia la Gascuña en el itinerario de los Alpes, por el río Ródano a los Pirineos. Y el viejo condado de Aragón, por Somport, es el paso obligado para llegar a Puente la Reina y luego a las fértiles llanuras del valle del río Ebro. Es el itinerario que une Roma con Santiago. Ya en el año 1104 el obispo de Santiago Diego Gelmírez había utilizado esta ruta para llegar a Toulouse y luego a Roma.
Alfonso el Batallador quiere involucrar en la toma de Zaragoza a todos sus vecinos pirenaicos y ya desde la toma de Barbastro y de la infeudación del reino al papado, la reconquista en España había tenido carácter de cruzada, incluso con anterioridad a la de los Santos Lugares.
El Rey disponía de contactos más allá de los Pirineos, por los matrimonios de su padre Sancho I Ramírez y por una larga tradición de relaciones de familia anudados con los ducados de Gascuña y de Aquitania, ya desde el tiempo de Sancho el Mayor, e incluso antes. Pero muy principalmente desde que en el año 1109 el conde de Toulouse le había solicitado que protegiera su condado durante su marcha a las Cruzadas. En un concilio celebrado en Toulouse en enero de 1118, se otorga el carácter de Cruzada a las acciones de Alfonso el Batallador contra los moros cercanos a sus reinos y todos sus vecinos cristianos se preparan para ayudarle. A este concilio asisten, además de los prelados de Arles y Auch, numerosos otros de Francia, de Aragón y de Navarra. Con las indulgencias que entonces otorga Pascal II, un ejército de aragoneses, navarros, catalanes y numerosos señores del Midi francés preparan la toma de Zaragoza tras el éxito de Belchite. Destaca entre todos el vizconde bearnés Gaston - casado con una prima segunda del rey aragonés - que hace venir hasta el río Ebro a sus ingenieros militares con las torres y otros equipos de asedio que se habían distinguido en la toma de Jerusalén en 1099. También se encuentran entre otros su primo hermano Rotrou, conde de Perche (4), Arnaud de Lavedan, el conde Bernard de Comminges, el vizconde Auger de Miramont, el obispo de Lescar Guy de Lons (5), el vizconde Pierre de Gabarret, yerno de Gaston de Béarn (6) y muchos otros.
Tras siete meses de violentos ataques y contraataques, Zaragoza capitula el 18 de diciembre de 1118. Tudela (25 febrero 1119) y las villas vecinas, Cabanillas, Fustiñana y otras como Tarazona, quedan aisladas y se someten también al rey aragonés así como Borja, Épila, Rueda y numerosas villas del valle del Ebro. Seguirán luego las llanuras del Jiloca y del Jalón en donde tomará Calatayud (1120) y Daroca. En el año 1125-1126 Valencia, Denia, Murcia, Guadix y otras correrías por Andalucía oriental hasta Granada, incluso Córdoba. Vuelve de sus expediciones del sur con un gran contingente de nuevos pobladores mozárabes para el valle del Ebro que se estima en varias docenas de miles. Aragón se ha convertido en la potencia dominante en el norte de la Península y su influencia y prestigio se extiende deslumbrante al otro lado de los Pirineos, desde Bayona hasta Toulouse.
Solamente tres cuartos de siglo antes Aragón era un primitivo y pequeño condado enclavado en un reducido territorio montañés.
A la muerte de doña Urraca en Saldaña en marzo del año 1126, Alfonso el Batallador acuerda con su hijastro y heredero, el borgoñón Alfonso VII, el difícil problema de las fronteras para evitar dirimirlo por las armas, pues algunas luchas fronterizas habían comenzado en varios lugares. En las “Paces de Támara” - en las que actuaron Gaston IV de Bearn y Centule de Bigorre como embajadores del rey de Aragón y de Navarra - de julio 1127 (7), el rey aragonés devolvió a Alfonso VII las plazas que todavía retenía en el condado castellano pero, saliendo Navarra aventajada, se mantenía la frontera oriental de Castilla aproximadamente allí donde se encontraba a la muerte de Sancho el Mayor en el año 1035. Así, los señoríos de Vizcaya y Guipúzcoa, el condado de Álava y una parte de la Bureba y de la Vieja Castilla continuaban con Navarra y así seguirían hasta que fueran arrebatados por Alfonso VIII de Castilla a Sancho VII el Fuerte, el año 1200.
Durante el asedio de Bayona en el año 1130, Alfonso el Batallador redacta un testamento que se conoce en 1134 tras la muerte del rey el 7 de septiembre en Poleñino (comarca de los Monegros), a unos 30 kilómetros de Huesca, por las heridas sufridas en el ataque de su ejército a Fraga para desalojar a los almorávides. Inopinadamente, dejaba sus reinos en el testamento a las tres órdenes militares establecidas en Jerusalén: Iglesia del Santo Sepulcro, Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén y el Templo de Salomón de Jerusalén. Su caballo y sus armas debían entregarse al Temple.
Los nobles navarros y aragoneses no aceptan este inesperado testamento, procediendo a dividir la herencia entre Ramiro II “el Monje” por Aragón - hermano de Alfonso el Batallador y que se encontraba en el monasterio de San Pedro el Viejo de Huesca - y García V Ramírez “el Restaurador” por Navarra, sobrino nieto por línea directa ilegítima de Sancho IV “el de Peñalén”.
Alfonso VII de Castilla y León, hijastro de Alfonso el Batallador, pretende entonces el trono de Aragón y de Navarra y aunque no lo consigue, su reclamación le valió para obtener los territorios riojanos, la posesión temporal de Zaragoza - una larga aspiración de Castilla - y el vasallaje del nuevo rey de Navarra, del conde de Barcelona y de varios señores del Midi francés, proclamándose entonces emperador (1135).